Esa mañana resultaría ser nada menos que la peor para César—la única mañana en la que perdería completamente la razón.
César se había despertado unas horas más tarde, y aunque no encontró a Adeline junto a él en la cama, no estaba exactamente preocupado. Aún podía oler su perfume, aunque era un poco tenue.
Probablemente estaba en su habitación.
Al salir del baño, César recogió su cabello seco en un rápido moño y salió del dormitorio para dirigirse hacia la habitación de Adeline. Tocó la puerta y esperó, pero no hubo respuesta.
Esto causó un ceño de confusión en su rostro.
—Adeline —llamó.
Pero no hubo respuesta.
A estas alturas, ni siquiera pensaba que ella se hubiera ido. Más bien pensaba que algo malo le había ocurrido, lo que lo impulsó a abrir la puerta y entrar en la habitación.
Su cuerpo se paralizó al primer vistazo de la habitación, y toda emoción en su rostro desapareció.