La sinceridad en las palabras de César era visible, y eso hizo que Adeline tomara un hondo respiro de alivio.
Ella lo miró fijamente durante unos largos segundos antes de abrir suavemente sus labios.
—¿Eres... realmente César?
—Lo soy —César asintió—. Nunca cambié. Soy el César que has conocido desde el primer día.
Algo parecido a la intriga brilló en los ojos de Adeline, y ella inclinó la cabeza hacia un lado como si buscara algo en él.
—¿Puedes decirme qué era eso? El otro lado tuyo. ¿Qué es?
—Soy un hombre lobo, Adeline. Un alfa supremo —respondió César, sin romper el contacto visual con ella—. Era como si buscaran algo en la mirada del otro.
Los labios de Adeline se curvaron en una sonrisa.
—¿Puedo ver?
César arqueó una ceja ante la idea.
—No creo que quieras. Solo tendrás miedo de-
—No —Adeline sacudió la cabeza negando—. Quiero ver el otro lado de ti. Te dije que no te voy a dejar, así que si voy a estar contigo, tengo que aceptarte a ambos. ¿No crees?