Adeline frunció el ceño hacia él.
—Estás loco —ella despegó sus manos, caminando de vuelta para sentarse en el sofá.
César cruzó los brazos, inclinando la cabeza. —¿Muñeca? —se apoyó contra el marco de la puerta, mirándola con intención. Pero fue entonces cuando notó uno de sus libros tirado en la cama, y esto hizo que su ceño se alzara con interés. —¿Has estado leyendo mis libros?
Adeline le lanzó una mirada por encima del hombro y asintió.
—He leído —parece que disfrutas mucho del folclore, específicamente de los hombres lobo. ¿Por qué? —preguntó ella, genuinamente curiosa.
César no dio respuesta. No tenía nada que decir y solo pudo exhalar, caminando para sentarse frente a ella en el sofá.
—¿Bueno? —Adeline inclinó la cabeza hacia un lado, con las cejas levantadas.
César todavía no dijo una palabra sino que cruzó las piernas, echó la cabeza hacia atrás y fijó su atención en el techo.