Nunca había permitido Adeline ceder tanto control, pero era diferente, completamente diferente con César. Por confuso que fuera, cada parte de ella solo sabía que él la había completado. Era perfecto para ella, quizás todo lo que deseaba.
César mordisqueó su labio inferior. —Cada vez, tus labios saben aún mejor. Besó su cuello, bajó por su clavícula y tiró del dobladillo inferior de su camisa para quitársela.
—Mi linda muñeca —tarareó con la respiración entrecortada, su voz ronca y saturada de seducción—. No sabes cuánto me gustaría follarte hasta perder la razón, Adeline, tenerte retorciéndote debajo de mí. Serías un hermoso desastre.
Adeline mordió fuertemente su labio inferior, arqueando la espalda de placer. —E-entonces... entonces fóllame como quieras, César.