Las manos del Señor Petrov se cerraron en puños a su lado, y cerró los ojos, tomando un profundo respiro.
—Uno... Dos... —Caesar empezó a contar de repente en un tono cantarín —. Tres... cuatro. —El arma estaba amartillada y apuntando directamente al hombro de Dimitri —. Cinco
Inmediatamente antes de que se pudiera apretar el gatillo, el Señor Petrov se arrodilló. Joder, nunca se arriesgaría tanto.
Los labios de César se estiraron en media sonrisa, sus ojos se estrecharon en una fina línea. —Adeline —la miró.
Las perlas de Adeline taladraron sus pupilas y durante un segundo se suavizó por ella.
—Adelante, haz lo que desees con él. Humíllalo como siempre has querido. Descarga toda tu rabia en él.
—¿Puedo hacer eso? —preguntó Adeline, sujetando su mejilla con una expresión insegura.
—Absolutamente —respondió César, colocando un mechón de su cabello detrás de su oreja —. Estoy aquí, nadie te detendrá.