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Mientras Adeline comenzaba a avanzar reluctante hacia él, la observaba con ojos hambrientos, su cabeza inclinada un poco hacia un lado. Casi parecía que solo ella existía en su mundo en ese momento.
—C... César —musitó Adeline mientras sostenía su mirada.
César estuvo en silencio por un momento, simplemente mirándola.
—Siéntate, Adeline.
Adeline tragó saliva, dejando caer sus manos sobre los hombros de él y cruzando una de sus piernas para sentarse en su regazo.
César tomó su cintura, tirando de ella hacia abajo y más cerca, justo donde la quería tener. Se inclinó hacia adelante, sus narices casi tocándose.
—¿Te sientes mucho mejor ahora, mi muñeca? —preguntó él.
Algo centelleó en los ojos de Adeline. Pero respiró, asintiendo con la cabeza.
—Sí —una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Esa es mi buena chica —elogió César, sus ojos suaves como si la adorara.