Había un olor ajeno en ella, superponiéndose completamente al suyo.
César la había marcado con su aroma, y normalmente se suponía que duraría al menos una semana. Pero no habían pasado ni tres días y ella estaba completamente cubierta de un olor distinto y desagradable.
¿Podría ser Dimitri?
Su alfa interior gruñó ante la idea de ello, y su agarre en el brazo de Adeline se tensó.
—César, eso duele —Adeline lo fulminó con la mirada.
Incluso los humanos tenían un aroma distintivo, que permitía a su especie rastrear a sus presas fácilmente. Pero los propios humanos no tenían la capacidad de olerlo como si percibiesen una marca de perfume en alguien.
Nada era más exasperante que oler la esencia de otro en la propia pareja. Los alfas eran naturalmente territoriales, y los alfas supremos eran incluso peores. Nunca podían soportar percibir un aroma que no les pertenecía en su pareja.
La primera vez que la conoció, César no olió el aroma de nadie en ella, ni en su segundo, tercer o cuarto encuentro. Todavía podía recordar su fragancia llenándole las fosas nasales como el aroma de una rosa, y era aún más claro cuando la tenía sentada sobre él, tan cerca que sentía que podía fusionarse con ella.
Su aroma lo atraía como si fuera un borracho, y quería ahogarse en él desesperadamente. Era una de las razones por las que la había marcado con su aroma aquel día.
Se sintió tan territorial al pensar que ella estaba con Dimitri por el momento. Allí, recurrió a marcarla con su aroma y dejar su propio olor en ella junto con el chupetón.
Ella le pertenecía, aunque ella no lo supiera.
—¡César! —Adeline le golpeó la rodilla con su tacón, sacándolo de sus pensamientos errantes—. ¿Qué te sucede?
El ceño todavía era evidente en el rostro de César. —Adeline, ¿quién...?
—Ven conmigo —Adeline le agarró de la mano, arrastrándolo hacia el baño. Lo empujó adentro y cerró la puerta de golpe, echando la llave—. Tienes que tener cuidado, nos podrían descubrir.
César seguía frunciendo el ceño, molesto por algo que ella no podía descifrar exactamente.
Adeline frunció el ceño perpleja. —¿Qué te tiene tan provocado? —Se acercó para quedarse frente a él, con los brazos en jarras.
César la miró y alzó su mano para tocarle la cabeza. —¿Quién te ha derramado vino encima?
—Dimitri —respondió Adeline con honestidad—. Estoy intentando hacer lo que me pediste, que, no me malinterpretes, creo que es la mejor opción para conseguir lo que queremos. Pero él está aprovechando esta oportunidad para joderme. Ni siquiera le hice nada —Bufó molesta y caminó hacia el lavabo.
César la siguió, abrazándola por detrás contra el lavabo.
Adeline lo miró a través del espejo, preguntándose qué estaba intentando hacer. —César, ¿qué estás...?
—Estáte quieta —le dijo César, usando el pañuelo que sacó de su bolsillo para limpiar el líquido. Luego le lavó las manos, y durante todo el tiempo, Adeline solo podía quedarse de pie, mirándolo como si fuera una especie de película.
Estaba tan absorta que no podía ni siquiera oír su propio corazón, latiendo tan fuerte, casi como si pudiera salir disparado de su pecho.
El hombre de repente se inclinó para apoyar su mandíbula en su hombro. La miró a través del espejo, algo nada bueno forjándose en su mirada.
—¿Quieres que mate a Dimitri? Estaría dispuesto a asesinarlo por ti —aunque había todavía ira hirviendo dentro de él, su expresión lo desmentía.
Los ojos de Adeline se abrieron de par en par, completamente sorprendida. —¿Qué? ¿Qué te sucede? Matar a Dimitri solo te traería muchos problemas. Sé lo loco que pueden volverse las cosas entre mafias. Así que
—Pero puedo matarlo, muñeca. Solo tienes que dar la orden —César encogió los hombros, despreocupado por las consecuencias que podría acarrear tomar tales acciones.
Existía la posibilidad de que estallara una guerra entre los dos grupos de la mafia.
Adeline lo miró con los dientes apretados y golpeó su frente con el dorso de su mano. —Eso es una locura —murmuró.
César rió con alborozo. De repente la agarró por las caderas, y antes de que Adeline pudiera siquiera registrar lo que estaba a punto de hacer, la dio vuelta, la alzó del suelo y la sentó en la encimera, con la espalda presionando contra el espejo.
—Déjame hacer algo por ti. Relájate —abrió sus piernas, posicionándose entre ellas.
—¿H-hacer algo por mí? —preguntó Adeline incrédula. No podía ser lo que estaba pensando, ¿verdad? Él no iba en serio a
César sostuvo su pequeña cintura, su mano subiendo para sujetar la nuca de ella. Su otra mano descansó en su muslo, y dejó caer su mandíbula contra su hombro.
—César, ¿qué estás haciendo? —preguntó Adeline, cerrando los ojos.
No parecía comprender por qué no podía alejarlo. Si hubiera sido Dimitri, lo habría hecho sin pensarlo dos veces. Pero con César, siempre parecía como si no tuviera voluntad para hacerlo.
¿Por qué? Nunca había experimentado algo así antes.
La inexplicable sensación de atracción que sentía desde el primer momento en que se conocieron, a menudo la dejaba perpleja. Se sentía como si siempre lo hubiera conocido, a pesar de que eso era completamente imposible. Sin mencionar la forma en que su corazón parecía acelerarse a su alrededor.
¿Por qué?
Adeline comenzaba a frustrarse. ¿Había algo sobre ?
Sus ojos se abrieron de golpe y echó la cabeza hacia atrás al sentir la repentina sensación de hormigueo y ardor en su cuello. César estaba acurrucando su cuello, y algo que no podía identificar del todo rozaba la piel de su cuello. Era afilado y se sentía algo así como dientes.
—¡César! —El llamado de Adeline fue en vano porque de repente se sintió como si se estuviera ahogando.
¿Ahogándose en qué?
Sus ojos se sentían pesados y su cuerpo estaba débil, como si estuviera ebria de buen vino.
¿Qué me estás haciendo?