Dentro del ring, con un short negro y una camiseta, Adeline saltaba de izquierda a derecha, observando fijamente al entrenador de boxeo que trabajaba para la familia Petrov.
—Todo lo que tienes que hacer es derribarme al suelo, Señora Adeline, y lo consideraré una victoria —la joven, de unos treinta y ocho años, sonrió a Adeline, cerrando sus manos hábilmente.
—Claro, Agatha —Adeline entrecerró los ojos convirtiéndolos en delgadas líneas. Con un repentino arrebato y una amplia sonrisa, agarró a la entrenadora, la escaló con rapidez y le bloqueó el cuello justo en la curva de su brazo.
Su agarre se tensó e hizo un gruñido, intentando tirar hacia atrás y voltearla sobre el suelo elástico.