—¡Sí! —exclamó Adeline, apurándose a salir de la cama sobre sus rodillas para arrastrarse más cerca del borde junto a César.
—¡Sospechaba que ustedes dos tenían que estar relacionados! Digo, mírate, te pareces a él —señaló a César—. Literalmente me asustaste el primer día que te conocí porque por un segundo pensé que eras César.
—Pero no podrías ser él —una sonrisa todavía incrédula tiraba de sus labios—. Te pareces a él, pero no tanto. César también es más guapo que tú y se ve mucho más joven.
—Ay, Adeline —Román tocó su pecho, silbando como si estuviera dolido por sus palabras.
—Oh, tú también eres guapo, no me malinterpretes —Adeline se rió de él, aún perpleja—. Eres simplemente muy diferente.
Román sonrió con suficiencia, cruzándose de brazos.
—¿Diferente? ¿En qué sentido?
—Bueno... —Adeline comenzó a golpear su dedo índice contra su labio inferior, pensando seriamente—. Sonríes demasiado en comparación con él.
—¿A qué te refieres? —él preguntó, genuinamente curioso.