Adeline abrió de golpe sus pupilas, y en el segundo en que se encontró con esos orbes dorados, hubo un momento de reflexión.
Era la segunda vez desde el incidente que veía este color en sus ojos. Pero mierda, se veían tan jodidamente sexy, completamente nublados de lujuria.
La realización de que este hombre moría por ella tanto como ella moría por él... ¡Oh, Señor, cómo la volvía loca!
Agarrándose de su camisa, lo atrajo hacia sí, su rostro a una pulgada del de ella.
—Ni te atrevas a parar. Inténtalo, y te romperé los malditos huevos —ella estaba completamente seria, procediendo a estrellar sus labios contra los de él.
César sonrió contra sus suaves labios color cereza.
—Me vuelves loco, princesa.
—Lo sé —dijo Adeline, devolviéndole la sonrisa—. ¡Ahora, fóllame hasta que pierda la mente!