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Yan Zheyun había creído que ya estaba acostumbrado a la pérdida. No había un día en que no pensara en la familia y amigos que había dejado atrás, pero con el tiempo, el dolor roedor de la soledad se había entumecido con la aceptación, la pena aliviada por el bálsamo de nuevas relaciones significativas que no tanto reemplazaban las antiguas sino que añadían sabor a una vida que había perdido gran parte de su significado.
Hoy, descubrió cuán equivocado había estado. La pérdida, incluso solo su perspectiva, seguía siendo ese horrible monstruo acechando en la esquina de su mente, esperando el momento oportuno para salir de sus peores pesadillas. Sabía que Liu Yao no estaba seguro, que como emperador, el peligro acechaba cada uno de sus pasos, pero él era una persona racional, creía con todo el corazón en la resolución de problemas en lugar de permitir que sus emociones se apoderaran de él.