—El mundo no era justo —Xiao Ma había entendido esto tan pronto como había aprendido a caminar, lo cual era un testimonio de tal hecho. Nacido como un don nadie, criado como don nadie, y obligado por sí mismo a arruinar uno de los pocos momentos de consuelo en su vida, Xiao Ma siempre había creído que no había nada más trágico que estar atrapado entre los altos muros de la Casa Wu.
—Pero hoy, el mundo le enseñó una nueva lección. Era Qixi, el día de los enamorados. Lo que su joven ama estaba haciendo distaba mucho de las festividades que los jóvenes despreocupados, hombres y mujeres, disfrutaban mientras recorrían los puestos callejeros de la capital.