—¿A quién planea incriminar, su majestad? —se entrecerraron con sospecha las cejas de Ramirez tras recibir el mensaje.
—¿Incriminar? —rió la Reina Maeve—. La cerámica se quebraba mientras terminaba el té en su taza y la arrojaba descuidadamente a un lado. Luego llevó a sus labios la propia taza de té de Ramirez, que él se negó a tomar, asomando por el borde de la taza. Ella lo sorbió y levantó el rostro, encontrándose sus ojos—. ¿No cree que esa palabra es un poco excesiva cuando solo estaré desviando la atención?
—Usted es la única que quería al humano muerto, incluso un niño Fae de diez años podría darse cuenta. No tome al príncipe de la oscuridad por un tonto, es más astuto de lo que le da crédito —dijo con franqueza la máscara de Ramirez, que no se movió a pesar de toda la semántica.