—De haber sido otros días, Islinda se habría tomado tiempo para admirar el vestido carmesí profundo que se ajustaba a sus curvas, el escote bordado con espirales dorados y fae que no podía descifrar y que se sumergía lo suficiente como para revelar el cremoso relieve de sus pechos. Su estómago se retorcía de tensión y el ajustado vestido no le hacía ningún favor.
Ninguno de los sirvientes le hablaba mientras la vestían y aunque ponían rostros educados, Islinda no podía evitar sentir el resentimiento que desprendían. No había rastros de Aurelia hasta ahora y sus manos temblaban de miedo. Estaba llena de ansiedad sobre lo que había pasado la noche anterior. Estaba completamente en la oscuridad y eso la hacía sentir incómoda.