—Ahora, princesa, abre esa boca para mí —Islinda se sintió sonrojar, cada parte de ella de repente demasiado caliente. Miró a Aldric con los labios entreabiertos, no porque él se lo hubiera instruido, sino en parte debido a su estado de shock. ¿Cómo podía él hacer sonar tan sucias las palabras más inocentes?
De pronto se volvió tímida y bajó los ojos, murmurando:
—Realmente puedo comer por mí misma.
—Shh, no digas más —Eli presionó un dedo contra sus labios, diciendo encantadoramente—. Deja que tu príncipe se ocupe de ti.
Allí Islinda se quedó sin palabras. Pensar que prefería a Eli, el mal menor sobre Aldric, solo para descubrir que él era mucho peor. La iba a matar de bondad – el papel que ella debería estar desempeñando en este momento.