—¿Quién dijo que estás sola? —Henry escuchó a Amy decir y él se giró para mirarla completamente sorprendido. La había dejado durmiendo plácidamente en su habitación hace poco, pero ahora ella está aquí, toda vestida.
Amy sonrió a Henry, quien le devolvió la sonrisa. Henry entrecerró sus ojos intentando evaluarla. Amy se veía feliz y radiante, todo lo contrario a lo que él imaginaba; que luciría cansada y agotada si no descansaba completamente después de su sensual ejercicio. Esa fue la razón por la cual no la despertó.
Henry dejó el plato sobre la mesa para acercarse a Amy. Para su sorpresa, Amy rodeó su cintura con sus brazos y apoyó su cabeza en su pecho para abrazarlo fuerte. Él se quedó inmóvil unos buenos 2 segundos antes de corresponder al abrazo.