El hombre mayor estaba sentado en una mesa de la esquina del tranquilo restaurante, con las manos apretadas firmemente alrededor de una taza de café que hacía tiempo se había enfriado. La energía nerviosa le recorría, haciendo que su pie golpeara contra el pulido suelo de madera. Hace unos días, había recibido una llamada telefónica inesperada de alguien que afirmaba ser un investigador indagando en la muerte de su viejo amigo, Edward. La noticia lo había conmocionado: la muerte de Edward era una herida antigua que había intentado enterrar durante mucho tiempo.