—Tú —dijo por segunda vez, aún incapaz de decir algo más.
—¿Yo? —pregunté, sin saber qué estaba pasando. Me giré para mirar a su primer oficial, que parecía seguirlo a todas partes. Cuando Medianoche se dio cuenta de que mi atención no estaba en él, sino en su primer oficial, se giró hacia el varón y emitió un gruñido bajo y amenazante.
Le di un golpecito en el hocico, lo que hizo que su atención volviera hacia mí y se alejara del pobrecito varón que parecía intentar hundirse en el suelo. —¿Yo, qué? —exigí—. ¿Y piensas bajarme en algún momento?
—Hueles bien —gruñó antes de pegar su fría nariz justo detrás de mi oreja. Afortunadamente, eligió el lado en el que Noche no estaba; de lo contrario, no creo que mi pequeño compañero lo hubiera aprobado.
—¿Gracias? —respondí con cautela. No tenía idea de qué estaba hablando. Pero mientras no oliera mal, lo tomaría como un cumplido. —Ahora, ¿sobre bajarme?