Lu Yizhou cerró sus ojos, incapaz de mirar más la expresión retorcida de Heimo. Cada palabra que decía este último lo cortaba como la lanza más afilada y sabía que era cierto, así que no se molestó en negar las palabras de Heimo. Lu Yizhou no tenía idea de por qué Heimo de repente había vuelto sus filosos bordes hacia él. ¿Cómo quería que reaccionara Lu Yizhou? ¿Esperaba que se ofendiera? ¿Que perdiera el control de sus emociones y lo matara? Eso era imposible. No había poder en este reino que pudiera hacer que Lu Yizhou le diera la espalda a Heimo.
Pero el problema era que Lu Yizhou no sabía cómo convencerlo.