Esto era... difícil de asimilar para mí.
—¿Significaba eso que esa voz... era la voz de un Dios?
Me quedé en silencio por un rato, justo frente a la puerta oculta. No, no era porque tuviera piel de gallina o algo por el estilo. Era todo lo contrario; no me sentía particularmente alarmado, ni asustado. Sorprendido, sí, pero...
—¿Era porque había escuchado esa voz unas cuantas veces antes? —se sentía tan... familiar. Tan cercana. En vez de alguna entidad misteriosa e intocable que se suponía había cesado su existencia hace casi dos milenios, la voz me parecía casi como un amigo. Alguien que conocía, alguien que anhelaba.
Esta calma, a pesar de todo, se sentía tan extraña. Era más raro que tener un ataque de pánico por la inesperada lluvia de realidades.
—¿Estás bien? —Natha acarició mi cabello, y yo asentí en un estado de aturdimiento.