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No era el dolor de los puntos gemelos que perforaban lo que le aterraba, era la embestida.
La embestida de su sangre siendo drenada y la embestida del dulce veneno fluyendo nuevamente dentro de su vena. Despedía un olor a deseo, a indulgencia carnal sin sentido. Aún así, se filtraba en su alma y se aferraba.
Se aferraba a su mente, confundida con fuegos artificiales ensordecedores y luces cegadoras. Se aferraba a sus sentidos, escalofríos recorriendo su espina dorsal y sobre su piel desnuda. Se aferraba a su respiración, reducida a meros jadeos y retorcidos sonidos; suplicantes, etéreos, sin aliento.
—E-Eru...
Lo único que pudo articular entre sus labios, aparte de jadeos entrecortados y gemidos sin sentido, fue un único nombre. Pero incluso eso era empujado de vuelta a su garganta por dedos invasores presionando su lengua y rozando su paladar.