La reacción de Izzi, así como la realización de que acababa de revelar mi propia identidad, irónicamente, me tranquilizó.
—Ah... —dijo ella.
—¡"¡Ah" mis narices! —de repente dejó de agarrarse la cabeza y me miró fijamente—. Tú... tú... —Señaló con el dedo hacia mi cara, la punta temblaba. Abrió la boca y esperé a escuchar lo que quería decir, lo que no sucedió durante un rato.
—...¿sí? —pregunté después de esperar diez segundos.
—¿¡Cómo pudiste fingir que no sabes nada sobre pistolas y láseres?! —gritó—. ¡Tú... tú me engañaste! ¡Sabes sobre mí, ¿verdad?!
—Ah...
—Bueno, quiero decir... hiciste armas en un entorno de fantasía, así que... —me encogí de hombros—. Es fácil inferir que no eres de aquí puesto que yo tampoco lo soy.