—¿Acaba de pedirme este Señor Demonio que le dé apodos cariñosos en medio de las escaleras que llevan a un maldito banquete?
Se rió al ver mi rostro, y me dijo casualmente que pensara en uno antes de cambiar a un tema más informal. —Esta noche se supone que estará llena de actuaciones e intercambio cultural, así que no habrá muchos que vengan a audiencia —dijo, sosteniendo mi mano para que no tropece con mi largo abrigo y ruede de forma indecorosa hasta la pista del banquete—. De todas formas, ya hablé con la mayoría anoche.
—Mm —asentí, dividida entre tratar de no pisar el borde de mi abrigo y contemplar apodos cariñosos para un Señor Demonio, todo mientras mantenía una expresión calmada, natural y, con suerte, elegante.
No es fácil, debería decirles.