—¡Na—Natha!
—¿Era esa mi voz, gimoteando patéticamente en una mezcla de quejido y gemido? ¿Ese agudo lamento y ruidoso jadeo que solo imaginaba que existía en el porno?
—No tenía idea. No tenía margen para discernir la obscenidad de mi estado mientras agarraba su cabello y jadeaba contra su rostro, mientras él olisqueaba mi mejilla con una sonrisa en sus labios exploradores. Aún me sostenía fuerte, y oh, tan tiernamente en mi espalda, asegurándose de que mi figura encorvada y mis caderas tambaleantes no se cayeran. Pero su otra mano... ¡oh, esa maldita mano!
—Sus dedos seguían explorando mi interior, masajeando las paredes y profundizando más, como si ensancharan un túnel. Lo hacía lentamente, con persistencia, asegurándose de que estaba lo suficientemente húmedo para moverse, y se detenía un poco cada vez que gemía que ardía.