—Buenos días —lo primero que me recibió al abrir mis somnolientos ojos fue la resplandeciente sonrisa de Natha. Lo segundo fue el suave y bajo susurro de buenos días. Y lo tercero fue un lento, tierno y dulce beso en mis labios.
En efecto. Qué buenos días eran, aunque estuviera lloviendo afuera.
Cuando Natha separó sus labios, solo usó los pocos segundos después de eso para mirar dentro de mis ojos confusos, pero encantados, por esta muestra de ternura antes de acariciar mi mejilla y regalarme otra hermosa sonrisa. Mientras parpadeaba en una maravillosa ceguera mental, él rió y volvió a besarme de nuevo.
Estaba confundido, pero no me quejaba.
Sentí que pasamos esa mañana solo besándonos durante mucho tiempo, hasta que sentí el frío de la habitación y temblé. Natha entonces soltó mis labios y besó mi mejilla antes de, sin mediar palabra, arroparme de nuevo en la manta y caminar hacia la bandeja humeante sobre la mesa, como siempre.