Kendall se quedó paralizada en su sitio.
Ella miró al hombre que estaba sonriéndole desde la cama del hospital y sintió una ráfaga de viento que soplaba a través de su desierto desde el lugar donde todo comenzó.
Flores y hierba se extendían por el camino, y las mariposas y el Instituto Powell venían aquí.
Lágrimas brotaron en mis ojos.
—Tonta —se secó las lágrimas, llorando y riendo al mismo tiempo.
El sol le brillaba desde la ventana y ella sentía un calor sin precedentes.
Sabía que debía verse fea y cómica ahora.
—Tú, no llores —Damien entró en pánico.
No podía soportar ver llorar a Kendall y deseaba poder levantarse de la cama, pero era una lástima que si se movía un poco, jadeaba de dolor.
Aparte de su cabeza, su cuerpo estaba magullado y morado, y también tenía otras heridas.
—¡No lloré! —Kendall sostuvo su respeto débilmente.