.-Alia-.
—Los declaro marido y mujer —anunció el sacerdote.—Puede besar a la novia.
Sonreí ligeramente mientras giraba para encontrarme con la mirada de mí, ahora esposo, un hombre guapo, con el cabello castaño bien peinado y unos ojos marrones. Cuando nuestras miradas se cruzaron, me dedicó una leve sonrisa que me hizo olvidar por un momento todo lo malo que había pasado. Se acercó lentamente, y al unir sus labios con los míos, el mundo pareció detenerse. Ese beso sellaba nuestro matrimonio que, por un momento, me hizo creer en los finales felices.
¿Estaba feliz? Por supuesto. Me estaba casando con el hombre que me había sostenido cuando más lo necesitaba y que me entendía perfectamente.
Recuerdo claramente el día en que me propuso matrimonio, a principios del año pasado, en mi cumpleaños número 30. Estábamos en un restaurante a la luz de las velas, y cuando él se arrodilló frente a mí, mi corazón dio un vuelco. Ese día fue uno de los pocos momentos en mi vida en los que sentí que realmente pertenecía, que alguien me veía y me aceptaba tal como era, con todas mis cicatrices.
Hoy, finalmente, puedo llamarlo mi esposo.
La celebración fue sencilla, rodeados por un grupo pequeño de amigos cercanos, la mayoría, invitados de mi marido. No había familiares de su lado ya que él era huérfano y de mi parte, mi padre había decidido no venir, no estaba del todo de acuerdo con la boda así que solo se encontraba mi madre y mi hermana, que era mi dama de honor. Mientras caminábamos por el pasillo de salida, escuchaba los aplausos y miraba las sonrisas de los invitados.
Después de tantos años de lucha, finalmente podía saborear mi propio "felices para siempre".
O al menos, eso pensé.
Porque esa felicidad no duró mucho....