La noche caía sobre Seúl, pintando la ciudad con una paleta de luces brillantes y sombras profundas. Las calles estaban llenas de vida, pero para Kaito, todo se sentía distante y sombrío. Caminaba por los adoquines húmedos, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos y emociones. Era un joven de 19 años, con cabello desordenado y una mirada introspectiva que siempre parecía perderse en el horizonte.
Desde hacía semanas, había estado atormentado por sueños recurrentes, visiones de un chico que no podía reconocer. Haruki, ese era el nombre que resonaba en su mente como un eco distante, un susurro que lo llamaba desde lo profundo de su ser. En esos sueños, siempre estaba rodeado de un paisaje nostálgico: un campo de flores silvestres bajo un cielo de atardecer, y en el centro, Haruki, con una sonrisa que iluminaba el mundo. Pero cuando Kaito se despertaba, la sensación de pérdida lo envolvía como una manta fría.
Esa noche, mientras caminaba sin rumbo, sintió una extraña atracción hacia un parque cercano, donde los cerezos estaban en plena floración. Las flores brillaban suavemente bajo la luz de la luna, creando un ambiente mágico que parecía sacado de sus sueños. Kaito se detuvo un momento, observando cómo los pétalos danzaban en el aire, llevados por la brisa nocturna. Cerró los ojos, deseando que su mente pudiera encontrar algo de paz.
De repente, sintió una presencia detrás de él. Se dio la vuelta y ahí estaba, Haruki. Sus ojos eran como un océano profundo, llenos de tristeza y alegría al mismo tiempo. Tenía el cabello oscuro y un aire de melancolía que lo hacía parecer un antiguo guerrero perdido en el tiempo. Kaito sintió que su corazón latía más rápido, como si reconociera a Haruki, aunque nunca antes lo hubiera visto.
—Hola —dijo Haruki, su voz suave y melodiosa como el murmullo del viento entre los árboles—. Te he estado buscando.
Kaito se quedó paralizado, incapaz de articular una respuesta. La conexión entre ellos era instantánea, como si sus almas estuvieran hechas de la misma esencia. Haruki dio un paso adelante, y Kaito sintió que la distancia entre ellos se desvanecía, pero también un profundo miedo.
—¿Cómo sabes quién soy? —preguntó Kaito, tratando de mantener la compostura.
Haruki sonrió, pero su expresión era agridulce.
—No lo sé exactamente. Solo siento que hemos estado conectados de alguna manera. Como si, a lo largo de nuestras vidas, nuestras almas siempre se buscaran entre sí.
Kaito sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de Haruki resonaban en su interior. Era como si estuvieran compartiendo un secreto que solo ellos podían entender. Pero la duda y el miedo también lo asaltaban. ¿Qué significaba todo esto? ¿Cómo podía haber una conexión tan intensa con alguien que parecía un completo desconocido?
Mientras las flores de cerezo caían suavemente a su alrededor, Kaito se permitió observar a Haruki con más atención. Había algo en él que lo atraía irresistiblemente, como un imán que lo empujaba a acercarse más. Haruki, con su mirada profunda y su expresión melancólica, despertó en Kaito una mezcla de emociones que nunca había experimentado antes: anhelo, confusión, y una paz inesperada.
—A veces, siento que he soñado contigo —admitió Kaito, su voz casi un susurro—. Como si te conociera de alguna parte.
Haruki asintió, su mirada se tornó más seria.
—Yo también. Y a veces me despierto sintiendo que hemos vivido juntos en otro tiempo, en otra vida.
Kaito sintió que la conversación tomaba un rumbo más profundo, como si ambos estuvieran al borde de una revelación trascendental. Era un momento lleno de posibilidades, pero también de incertidumbre.
—¿Crees en la reencarnación? —preguntó Kaito, sus palabras flotando en el aire como un desafío a la lógica que siempre había seguido.
Haruki sonrió levemente, pero su expresión era pensativa.
—Lo he pensado a menudo. Quizás nuestras almas son como las estrellas en el cielo, siempre volviendo a encontrarse, buscando la luz del otro en la oscuridad.
Las palabras de Haruki resonaron en el corazón de Kaito, creando un eco que se sintió profundamente familiar. Era un concepto que parecía sacado de sus sueños, de esas visiones donde el amor eterno siempre estaba presente. La idea de que podrían haber vivido juntos, amándose a través de las eras, lo llenó de un anhelo casi palpable.
Mientras la luna se elevaba más alto en el cielo, Kaito sintió que la conexión entre ellos se intensificaba. Los pétalos de cerezo seguían cayendo a su alrededor, creando un manto de belleza efímera que reflejaba la fragilidad de la vida y el amor.
—¿Y si te digo que creo que hay algo más? —dijo Kaito, sus ojos fijos en los de Haruki, buscando respuestas en su mirada—. ¿Y si estamos destinados a encontrarnos una y otra vez, pero algo siempre nos separa?
La expresión de Haruki se volvió grave, como si estuviera enfrentando un miedo antiguo. Kaito podía sentir la tensión en el aire, y por un momento, el mundo se detuvo.
—Quizás esta vez podamos romper ese ciclo —respondió Haruki, su voz firme y llena de determinación—. Pero debemos estar dispuestos a enfrentarlo juntos.
Kaito sintió una chispa de esperanza encenderse dentro de él. Las emociones que había guardado durante tanto tiempo comenzaron a fluir como un río, y por primera vez, se sintió listo para enfrentar su destino.
La noche avanzaba, y mientras se miraban, Kaito comprendió que había encontrado en Haruki no solo un compañero, sino un reflejo de su propia alma. Juntos, podían enfrentar los ciclos del tiempo, rompiendo la maldición que los había separado en el pasado.
Y así, bajo la luz de la luna y rodeados de flores de cerezo, Kaito y Haruki se encontraron en un momento que prometía cambiar sus vidas para siempre.
Y este es solo el inicio de su nueva vida y esperemos que está vez su amor no acabe en tragedia.