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Chapter 4 - Capítulo 1: Fuego abrasador, Parte 1.

Laurentia era un reino sin peculiaridades, normal en comparación a las maravillas de la magia. Laurentia era, simplemente, un reino ordinario. Pero esa sencillez que tan estrechamente defendían se vería eliminada bajo el fuego abrasador de la maldad.

La pacifica madrugada en la que Cassel cumplía diez años acabó solo segundos después de comenzar, mientras tiernos rayos de luz daban la bienvenida a un nuevo día, y mientras el sol daba sus primeros avistamientos tímidos durante esa mañana, una enorme figura se elevaba en la lejanía.

Fue solo un instante, un parpadeó casi imperceptible, y la calma se rompió mientras un ruido ensordecedor sacudió la tierra, haciendo temblar el suelo bajo los pies de los guardias que vigilantes, resguardaban las murallas, en el horizonte, una forma enorme emergía entre los rayos del sol, acercándose a ellos a una velocidad vertiginosa.

Gritos se dejaron escuchar.

—¡Un dragón! —exclamó uno de los soldados, corriendo hacia la torre de vigía para tocar la alarma—. ¡Dragón en el horizonte! ¡Estamos bajo ataque!

Pronto, un calor abrasador rodeó la ciudadela, como si el propio infierno se hubiera desatado sobre Laurentia. Bocanadas de fuego iluminando la ciudadela mientras el aire se llenaba de humo y cenizas, y el olor a quemado comenzaba a impregnar cada rincón de la ciudad.

Los desafortunados habitantes de Laurentia fueron arrancados de su sueño por el fuerte rugido de la bestia, la conmoción llenó sus corazones mientras la comprensión se hundía en sus mentes. La ciudad, que momentos antes era un refugio seguro, ahora era un infierno de fuego y destrucción. Los gritos y el pánico comenzaron a extenderse, mientras los habitantes de Laurentia trataban de comprender la magnitud de la catástrofe que se cernía sobre ellos.

[...]

Cassel abrió sus ojos con alarma, el miedo llenando su cuerpo ante el retumbar de las paredes, el calor opresivo casi asfixiándolo. Se levantó, apurado, y corrió hacia la ventana con el corazón acelerado, su respiración se ahogó ante la vista frente a él.

El fuego se apoderaba de los edificios mientras el humo se elevaba, haciendo su camino hacia el cielo. Y ahí fue cuando lo vio, la enorme figura negra que se alzaba sobre Laurentia, sus escamas brillantes y sus ojos rojos parecían devorar todo a su paso.

—Emberion —exhaló, su voz temblorosa por una mezcla de asombro y terror. La leyenda decía que el Gran Dragon había sido el dragón más grande que había volado sobre la tierra. Y ahora, frente a él, sobre la ciudad de Laurentia, se erguía una criatura que fácilmente podría ser su sucesora, dejando a su paso un rastro de destrucción y muerte.

Cassel sintió que su corazón se detenía, como si el tiempo mismo se hubiera congelado, sus piernas se sintieron repentinamente débiles, pero antes de poder caer, un gritó angustiado se dejó escuchar en la habitación.

—¡Aléjate de la ventana, Cass! —Cassel se giró, viendo entrar a su padre, apresurado, su rostro mostrando los signos visibles de terror—. ¡Vamos!

Cassel estaba tan, pero tan confundido, y se sentía realmente pequeño en ese momento, mientras se dejaba guiar por su padre, su mente estaba en blanco mientras corría por los pasillos del castillo.

Él ni siquiera llevaba zapatos, la piedra caliente se sentía casi insoportable bajo sus pies descalzos, como si estuviese caminando sobre brasas ardientes.

Mientras corrían, Cassel podía sentir el calor aumentando cada vez más. El castillo mismo se estremecía con tanta fuerza que era difícil mantenerse en pie. Su padre lo agarró del brazo y lo empujo hacia una puerta, y con la respiración acelerada observó cómo el techo se derrumbaba donde hace solo unos segundos habían estado.

Cassel se tambaleó hacia adelante, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Sentía que habían corrido por horas, y no encontraba salida.

El castillo, aquel que en algún momento fue un símbolo de majestuosidad y grandeza, se había transformado en una pesadilla. Sus altas paredes, que lo habían visto crecer, ahora se cernían sobre él como una amenaza. Mientras el olor a humo se volvía cada vez más insoportable, los pasillos parecían laberintos cada vez más interminables y desconcertantes.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué un dragón estaba atacando el castillo?

Sus pies siguieron avanzando, arrastrado por la mano aferrada fuertemente a la de su padre, mientras susurraba con voz temblorosa.

—¿Qué vamos a hacer? —dijo, su voz era casi imperceptible, temiendo que su padre no la escuchara por encima del estruendo que los rodeaba, pero el miedo a hablar más fuerte la mantuvo contenida—. ¿Dónde está mamá?

Un segundo después, un fuerte estruendo se dejó escuchar, silenciando la respuesta apresurada del rey, el rugido había sonado casi como un lamento, para los oídos de Cassel, y de repente, una chispa de esperanza fue sembrada en su corazón.

¡Seguro los guardias se habían organizado para contratacar!

Siguió corriendo con la mirada fija al frente, sin querer observar desde las ventanas como nubes de humo se elevaban, oscureciendo el tranquilo amanecer de su cumpleaños número diez.

Su vista se redujo mientras el humo oscurecía su visión, y Cassel ya no podía ver hacia donde se dirigían, el laberinto de pasillos se alzaba frente a él de forma aterradora, casi como si los pasillos se cerrasen a su alrededor y los gritos a su la distancia aumentaran su volumen para espantarlo. Sus pies continuaban, y la adrenalina imposibilitaba sentir el dolor de sus pies heridos y sangrantes, pero el calor era insoportable.

De repente, su padre se detuvo y empujó una puerta a su lado.

—¡Vamos, Cassel! ¡Por aquí! —gritó, mientras lo empujaba hacia adelante.

Cassel no necesitó que lo empujaran dos veces. Se lanzó hacia la puerta y la cruzó, sintiendo un golpe de aire fresco en su rostro. Estaban en el patio exterior del ala este, dejando atrás la opresión de los pasillos de piedra que lo habían mantenido encerrado.

El patio estaba lleno de guardias que corrían de un lado a otro, preparándose para la batalla. Cassel vio a algunos de ellos subir a los muros, listos para defender el castillo. Otros, gritaban mientras veían a Kael

—¡Mi rey!

—¿La reina logró salir? —preguntó Kael en cuanto llegó a los guardias, su voz apresurada y sin aire—. ¿La reina madre?

El guardia negó con la cabeza, y Cassel ya no pudo prestarle atención. Miro a su alrededor, el patio parecía un caos, pero al menos estaban fuera del laberinto de pasillos. Ahora tenían que encontrar un lugar donde esconderse hasta que pasara el peligro.

Pronto, gritos fuertes se dejaron escuchar, alarmas de parte de los guardias apostados en los muros.

—¡La muralla! ¡La muralla!

De repente, un estruendo ensordecedor sacudió el patio. Cassel ni siquiera alcanzó a reaccionar antes de que su brazo fuera agarrado fuertemente, un agarre tan fuerte que él estaba seguro de que las huellas de esa mano quedarían plasmadas durante días, pero ni siquiera tuvo tiempo de quejarse antes de que su cuerpo se moviera en contra de su voluntad.

Fue solo un segundo, no más que un pestañeo, y Cassel se vio a varios metros de donde había estado solo segundos antes, su cara presionada contra la tierra mientras yacía desparramado sobre el suelo tal y como lo habían empujado. Su mirada estaba fija frente a él, incrédula, sin comprender la escena que se desplegaba ante sus ojos.

Dejo su mirada vagar con desconcierto, impactado de una manera que, hasta ese momento, Cassel no había sentido ni siquiera al abrir los ojos esa misma mañana, la muralla exterior del ala este se encontraba derrumbada, y los guardias estaban atrapados bajo ella, incluso sin querer observar, su mirada se fijó en sangre que manaba de sus cuerpos inertes.

Su corazón latía con fuerza, su mente estaba paralizada, incapaz de procesar lo que había sucedido, y sordo al caos que lo rodeaba.

Poco a poco, los gritos horrorizados comenzaron a hacerse cada vez más claros y fuertes. Un gemido silencioso se escapó de sus labios, su expresión de horror totalmente visible.

Su mirada recorrió el patio, buscando a su padre, mientras su respiración se convertía en un jadeo entrecortado y la desesperación hacia hogar en su interior.

Su corazón se rompía cada segundo que pasaba sin que sus ojos se fijaran en su padre, pequeños sollozos comenzaron a desbordarse, sin poder contenerlos. Pero entonces, tan bajo que, si no hubiese estado buscando atentamente, se lo hubiese perdido, escuchó una voz.

—Cass...

Su nombre, incluso pronunciado con debilidad, despertó la semilla de esperanza en su corazón, y Cassel pronto se arrastró hacia la voz, su corazón latía con una mezcla de miedo y esperanza, y su mirada desesperada buscaba el origen del sonido.

—Papá... —balbuceó Cassel, con voz entrecortada al descubrir a su padre sepultado bajo los escombros, su torso inmovilizado y ensangrentado. Con un esfuerzo sobrehumano, se arrastró hacia él, incluso mientras cada movimiento aumentaba el dolor de su pierna herida. Él no podía detenerse.

Mientras se acercaba, el rey Kael abrió los ojos, y su mirada encontró la de Cassel, reflejando un dolor profundo y una urgencia desesperada que helaba la sangre.

—Cassel —susurró, su voz débil. Su mano extendiéndose con agotamiento, tratando de llegar a su hijo—. Hijo mío.

Sus manos se aferraron desesperadas, con una fuerza que parecía querer detener el tiempo y mantenerse unidas por la eternidad. Las lágrimas inundaban los ojos del pequeño príncipe, sabiendo que, si soltaba su mano, perdería para siempre al hombre más importante de su vida.

—¿Qué debo...? —Un sollozo interrumpió sus palabras mientras la desesperación se apoderaba de su cuerpo—. Papi, ¿qué hago?

Kael observó a su hijo, sus ojos parpadeando con cansancio, pero sin desear dormir.

—Debes correr, Cass —susurró.

Cassel negó con la cabeza, ansioso, su padre no podría estar pidiéndole que lo abandone.

¿Verdad?

—Corre, Cass —pidió, su voz cada vez más débil—, no busques a tu madre, no mires atrás... solo corre.

—No —lloró, la desesperación creciendo en su interior, el dolor corrompiendo su pequeño y joven corazón de formas que nunca habría esperado experimentar. ¿Cómo podría irse?

Kael sonrió con suavidad, obligándose a mantener los ojos abiertos y fijos en su hijo—. Debes estar a salvo, Cass... prométemelo —Cassel negó con la cabeza repetidamente—. Prométemelo, Cass... que estarás a salvo.

Con un sollozo desgarrador, Cassel se levantó, su rostro contorsionado por el dolor, mientras las lágrimas fluían como ríos incontenibles. Su grito resonó en el aire, un alarido de angustia y desesperación que parecía liberar solo una fracción del tormento que desgarraba su corazón.

—Necesito que estes a salvo, hijo mío.

Con las últimas palabras de su padre, se dio la vuelta con dificultad, sintiendo su mundo derrumbarse con cada paso que daba para alejarse, su corazón se rompió mientras se arrastraba fuera del patio y caminaba hacia el bosque claro.

—Lo prometo, papá —susurró con dificultad, su voz entrecortada por sollozos, mientras dejaba atrás todo el mundo que había conocido hasta la fecha. Miró por última vez al castillo, y aunque no podía ver el daño completo desde su lugar, podía ver el humo y el fuego elevarse hacia el cielo como una maldición, una nube de cenizas se había formado sobre la ciudadela, oscureciendo la mañana de una forma que nunca había visto antes, como si la propia oscuridad se hubiera materializado.

Y ahí, entremezclándose entre las nubes, una silueta enorme se erguía, dominando los cielos con su presencia imponente y aterradora, como si fuera un mensajero del destino, venido a reclamar el reino para las sombras. La visión helaba la sangre de Cassel, pero no podía detenerse.

Una nueva bocanada de fuego estalló, y su corazón lo llamaba a regresar, a buscar a su familia, a ayudar a su reino, pero pese a la dificultad en su movimiento, Cassel continuo, porque tenía una promesa que cumplir.

Él tenía que estar a salvo.