El eco de las palabras de sus padres seguía resonando en la mente de Isabel mientras cerraba la puerta de su habitación con un golpe sordo. Sus padres querían que se casara con el hijo de un hombre muy rico. La idea la asfixiaba. Desde pequeña, había crecido en un entorno privilegiado, con todo lo que una joven podría desear, pero ahora que su familia estaba en declive, sus padres la veían como la única salida para salvar el negocio familiar.
—¡No me importa si es guapo! —había gritado Isabel momentos antes, mientras su madre la miraba con desdén—. ¡No quiero casarme con alguien por conveniencia!
Su madre, implacable, había respondido con frialdad:
—Tu padre y yo hemos hecho todo lo posible para mantener este negocio a flote. Es tu deber ayudarnos ahora. No estás en posición de elegir.
Pero Isabel sabía que no era solo el negocio lo que estaba en juego. Era su propia vida. La idea de un matrimonio sin amor, solo para cumplir con los deseos de sus padres, la llenaba de una tristeza abrumadora. Y aunque su prometido era guapo, nada podía cambiar lo que sentía —o más bien, lo que no sentía— por él.
Cerró los ojos con fuerza, intentando contener las lágrimas que amenazaban con escapar. Se sentía atrapada, como si no hubiera salida.
Sin pensarlo demasiado, caminó hacia el armario y sacó una caja olvidada desde hace años. Dentro estaba el casco para acceder a Alma, un regalo que sus padres le habían comprado hacía una década. Isabel nunca lo había usado; en ese entonces, no le interesaba perder el tiempo en un videojuego. Pero ahora, este mundo virtual parecía ser su única vía de escape.
Con delicadeza, se colocó el casco sobre la cabeza, casi deseando que, al entrar en ese mundo, pudiera huir de todo lo que la atormentaba en el real.
—Comenzar —susurró, mientras el casco cobraba vida y su habitación quedaba envuelta en oscuridad.
La misma voz robótica que había recibido a Shiro se manifestó en la mente de Isabel.
—Bienvenida a Alma. ¿Te gustaría aparecer en uno de los doce reinos?
Isabel, con el corazón pesado y la mente agotada, apenas prestaba atención a las opciones que la voz le ofrecía. Solo tenía una petición en mente.
—Me gustaría estar sola… Solo quiero un lugar apartado en el que nadie me moleste.
La voz procesó su petición por unos instantes antes de responder.
—Será enviada a un lugar aleatorio.
Y con eso, Isabel sintió cómo su cuerpo se desvanecía, arrastrado por una fuerza invisible. La oscuridad dio paso a un paisaje brillante y lleno de vida. A su alrededor, el mundo de Alma cobraba vida en todo su esplendor. La luz del sol acariciaba su piel, el viento suave soplaba entre los árboles, y el sonido de las hojas moviéndose era tan real que casi podía olvidarse de que estaba en un juego.
Isabel respiró hondo, sorprendida por la magnificencia del paisaje.
—Esto es… increíble —susurró, mientras sus ojos recorrían cada detalle.
Pero su admiración fue interrumpida por un grito que resonaba a lo lejos.
—¡Yo soy el héroe y tú eres el rey demonio, hormiga bastarda!
Isabel entrecerró los ojos, tratando de ubicar la fuente del sonido. A unos metros, vio a un joven de cabello blanco y ojos azules, con un rostro que parecía esculpido por los dioses. Estaba pisoteando el suelo con una intensidad frenética, aplastando con furia a una hormiga roja mientras una sonrisa malvada se dibujaba en su rostro. Su expresión era tan exagerada que casi parecía salida de una parodia.
—¡Te haré pagar por todo, maldita hormiga! —gritaba el joven, sus ojos centelleando con determinación—. ¡Yo soy el héroe y tú el villano! ¡Este es tu fin, hormiga demonio!
Isabel no pudo evitar sonreír ante la escena. El contraste entre la brutalidad con la que el chico estaba pisoteando una simple hormiga y la seriedad de sus palabras era casi cómico.
—¿Quién es este? —susurró para sí misma, aún tratando de procesar lo que veía.
Observó al joven unos segundos más y, sin poder evitarlo, dejó escapar una pequeña risa. Había algo en él, en su manera de actuar, que lo hacía parecer más como un rey demonio que como un héroe.
—En realidad… —murmuró con una sonrisa juguetona en los labios—. Tú te pareces más a un rey demonio.