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El Conquistador del Sol

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Synopsis

Chapter 1 - El Despertar del Códice

En lo alto de las majestuosas montañas andinas, el viento soplaba con fuerza, llevando consigo el eco de tiempos antiguos y misteriosos. Era una noche de luna llena, y las estrellas brillaban como nunca, iluminando el tranquilo pueblo incaico de Pisaqlla, un asentamiento enclavado en la ladera de los Andes. Sus habitantes, orgullosos descendientes de una larga tradición de guerreros y chamanes, vivían bajo la protección del gran dios Inti, el Sol, y la madre tierra Pachamama.

El joven Apu Qhapaq caminaba por las calles de piedra del pueblo, sintiendo la fría brisa de la noche en su rostro. No era el más fuerte ni el más hábil de su generación; otros jóvenes como su hermano mayor, Illa Rumi, ya eran reconocidos guerreros y protectores del pueblo. Apu, en cambio, era un simple aprendiz de chasqui, uno de los mensajeros del Inca, y se sentía pequeño ante las grandes hazañas de los demás.

Mientras se dirigía a su humilde hogar, Apu se detuvo frente al gran templo de Inti. Las puertas de piedra estaban entreabiertas, y una luz dorada parecía emanar desde su interior. Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Qué extraño poder podía estar despertando en medio de la noche? Atraído por una fuerza inexplicable, decidió entrar.

El interior del templo estaba adornado con símbolos y ofrendas dedicadas al dios sol, pero lo que más llamó la atención de Apu fue una misteriosa figura que se encontraba en el centro del salón. Era un anciano de cabello plateado, cubierto con un manto de plumas doradas que brillaban como el mismo sol. Sus ojos reflejaban la sabiduría de siglos, y su presencia parecía llenar todo el espacio.

—Bienvenido, joven Apu Qhapaq —dijo el anciano, su voz profunda resonando en las paredes del templo—. He esperado mucho tiempo por alguien como tú.

Apu dio un paso atrás, desconcertado y cauteloso.

—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, tratando de mantener la calma.

—Soy Wiracocha, el dios creador —respondió el anciano—. Y vengo a advertirte de un gran peligro que se avecina. Las sombras de los antiguos demonios, los Chiqchiri, están despertando, y tu pueblo ya no tiene el poder para enfrentarlos.

Apu sintió un nudo en el estómago. Los Chiqchiri eran monstruos de leyenda, seres que, según los relatos de los ancianos, habían sido sellados por los dioses en tiempos inmemoriales. ¿Cómo podían regresar ahora?

—¿Qué puedo hacer yo contra ellos? —preguntó, sintiéndose pequeño e insignificante.

Wiracocha sonrió, extendiendo su mano hacia un antiguo artefacto que yacía a sus pies. Era un libro, cubierto de símbolos sagrados y dorados, irradiando una luz cálida y reconfortante.

—Este es el Códice del Sol, un artefacto que guarda los secretos del poder de los dioses —explicó Wiracocha—. Solo aquellos que poseen un espíritu fuerte pueden acceder a su sabiduría. Pero cuidado, joven Apu. Si no tienes la fuerza para dominarlo, serás consumido por su poder.

Apu observó el Códice, sintiendo cómo una energía indescriptible emanaba de él, llamándolo, invitándolo a tomarlo. Sus manos temblaban mientras se acercaba, pero, en un acto de valentía y determinación, decidió tocarlo.

Al instante, una explosión de luz dorada lo envolvió, y el mundo a su alrededor desapareció. Apu sintió que su cuerpo se elevaba, y visiones de antiguas batallas y seres colosales aparecieron en su mente. Vio a los dioses luchando contra los demonios, escuchó el rugido de los Chiqchiri y sintió el dolor y el sacrificio de aquellos que habían luchado antes que él. Era como si estuviera viviendo miles de vidas en un solo instante.

Cuando la luz finalmente se desvaneció, Apu se encontró de rodillas, jadeando, en la entrada de una cueva desconocida. El Códice del Sol brillaba intensamente frente a él, y aunque sentía su cuerpo débil, algo dentro de él había cambiado. Era como si una chispa de energía se hubiera encendido en su interior.

—Has dado tu primer paso, joven Apu —dijo una voz detrás de él.

Apu se giró y vio a un hombre de mediana edad con una armadura de oro y plumas rojas. Sus ojos brillaban con un poder que Apu no podía comprender.

—Soy Qori Inti, Guardián del Códice —continuó el hombre—. Has sido elegido para llevar el poder de los dioses y proteger este mundo de las sombras. Pero antes, deberás demostrar que eres digno de tal honor.

Antes de que Apu pudiera responder, un grito aterrador resonó desde el valle. Cuando miró hacia abajo, vio cómo su pueblo estaba siendo atacado por una enorme bestia con escamas negras y ojos rojos como el fuego. El monstruo, un Chiqchiri, devastaba todo a su paso, y los gritos de su gente llenaron el aire.

—Este es tu primer desafío —dijo Qori Inti, sin moverse—. Demuestra que puedes proteger a aquellos que amas, o tu historia terminará aquí.

El miedo inundó a Apu. Nunca había enfrentado algo tan aterrador, y su cuerpo aún temblaba por la experiencia del Códice. Pero, en lo más profundo de su ser, algo resonó: el deseo de proteger a su familia, a su pueblo, y a aquellos que no podían defenderse.

Con el Códice brillando en su mano, Apu corrió hacia la bestia. Cada paso que daba, sentía cómo la energía del Códice fluía a través de él, fortaleciendo su cuerpo y aclarando su mente. Los movimientos del Chiqchiri parecían ralentizarse, y por primera vez en su vida, Apu se sintió verdaderamente poderoso.

La batalla fue feroz, y cada golpe que Apu daba resonaba con la fuerza de los antiguos dioses. Con un grito que sacudió las montañas, Apu canalizó toda la energía del Códice en un último ataque, un rayo dorado que atravesó el pecho del monstruo, haciéndolo desaparecer en un estallido de luz.

El pueblo se llenó de silencio, y Apu cayó de rodillas, exhausto, pero victorioso. Miró a Qori Inti, quien lo observaba desde la distancia, y vio un destello de aprobación en sus ojos.

—Esto es solo el comienzo —dijo el Guardián—. Prepárate, Apu Qhapaq, porque tu verdadero viaje acaba de empezar.