¿Qué calor...?
¿Por qué me duele la cabeza?
Se supone que estoy en mi cuarto...
Edwar. Eso era lo único que recordaba con certeza: su nombre. Estaba en su cuarto, pero... ¿haciendo qué? No podía abrir los ojos, o mejor dicho, no quería. Sabía que estaba tumbado en el suelo, pero la textura era extraña, como si no estuviera en una casa o departamento. Su mano, en contacto con la superficie, sentía algo áspero y fino. ¿Arena? Se preguntó, intrigado. Sabía que definitivamente no estaba en su cuarto.
¿Qué hago?
No entiendo nada... No quiero abrir los ojos.
Su cuerpo ardía. Estaba sudando profusamente, y su camisa estaba empapada, pegada a su piel. El dolor de cabeza lo torturaba, como si se hubiera despertado de una siesta profunda en una tarde calurosa.
Cada vez estaba más confundido. Quería abrir los ojos, pero algo lo retenía con fuerza, como si una sombra invisible le susurrara que no lo hiciera. Había un miedo palpitante en su interior, un temor irracional a lo que podría descubrir. La idea de enfrentarse a una realidad desconocida lo paralizaba, y el deseo de permanecer en la oscuridad se convertía en una batalla interna.
¿Y si al abrirlos, todo se vuelve peor? pensó, su corazón latiendo con fuerza. La angustia crecía, y la confusión lo envolvía como un denso manto. Con cada segundo que pasaba, la presión aumentaba, como si el desierto mismo intentara asfixiarlo.
Finalmente, con un esfuerzo monumental, Edwar reunió el valor para abrir los ojos. Cada parpadeo fue un acto de desafío, una lucha contra la duda que lo consumía. Se encontró mirando hacia el cielo, pero en lugar de la luz del día, se topó con un oscuro manto estrellado. ¿Es de noche? pensó, la inquietud creciendo dentro de él.
Con una mezcla de mareo y dolor de cabeza, se incorporó lentamente, levantando su torso con dificultad. Al sentarse, su mirada se dirigió hacia el horizonte, y lo que vio lo dejó sin aliento: el sol radiante, aún brillante, pero comenzando a ocultarse poco a poco. Sus rayos dorados se extendían por el cielo, despidiendo un calor casi tangible que lo envolvía.
Con cada movimiento, Edwar sentía que el mareo se intensificaba, y el dolor de cabeza palpitaba con fuerza, como si la confusión intentara atraparlo una vez más.
¿Qué es esto? Si el cielo es nocturno, se ven las estrellas y el sol está ocultándose... Qué raro, pensó con una voz suave.
Edwar, aún sentado con las piernas extendidas, observó el sol ocultándose poco a poco entre el vasto desierto. Debo pararme y buscar un lugar, supongo. No debería estar en un desierto por la noche. Quizás venga un animal salvaje... aunque no estaría mal que apareciera un gato de las arenas, expresó, soltando una pequeña risa.
¿Eh? ¿Un gato de las arenas? Recuerdo eso, pero no mi nombre completo. Apenas recuerdo que me llamo Edwar, o eso creo. Supongo que es así. ¿Quién olvidaría su propio nombre? Pero aún no sé mi apellido. Solo sé que estaba en mi cuarto, en una habitación... eso creo. Y bueno, estar en un desierto tampoco es lógico. Sería extraño que alguien despertara de la nada en un desierto. Ni que alguien se tomara una siesta en este horrible desierto infernal.
Edwar empezó a hablarse a sí mismo, como si necesitara escuchar su propia voz para asegurarse de que aún estaba vivo.
Supongo que debería levantarme.
Edwar se apoyó con sus manos para levantarse, aún con el mareo que lo embargaba. Lo intentó lentamente, con un dolor que hacía que sus piernas flaquearan.
Jee... ¿Qué es esto que siento? Pareciera como si me hubiera drogado. No puedo mantenerme bien de pie. Me siento como un bebé parándose por primera vez, o eso supongo. Tal vez ellos no tengan este problema que tengo.
Se rió de sí mismo, comparándose con alguien bajo los efectos de una droga.
Edwar parecía que iba a caerse a cada rato, perdía el equilibrio y lo recuperaba una y otra vez.
Desde que abrió los ojos, Edwar nunca había volteado hacia los lados. Ni en ningún momento había girado su cabeza; estaba fijado en el ocultarse del sol. Bajó la mirada para comprobar una vez más si era él (ya que hasta ahora no había visto su cuerpo, solo una parte de sus piernas), o si era un humano, ya que todo parecía irreal. Vio su camisa blanca, completamente empapada de sudor y con un poco de arena. Movió las manos y las observó, las giró un poco; estaban temblando demasiado.
Observó que solo llevaba puesta una camisa blanca con una figura que no recordaba lo que significaba, un pantalón drill azul marino y unos tenis grises. Vaya, parece que no tengo un buen sentido de la moda... o eso creo. No me acuerdo de dónde vengo, ni qué está de moda, pero estoy seguro de que no lo estoy.
Bueno, creo que ya es hora de ver a mi alrededor. No he girado mi cabeza en ningún momento.
Edwar tambaleó un poco mientras intentaba mantener el equilibrio. A pesar del mareo, lentamente sentía que sus piernas respondían mejor. Permaneció quieto unos segundos, respirando profundamente.
Bien... me estoy recuperando cada vez más, pensó, aunque su malestar no desaparecía del todo. Sabía que tenía que observar lo que lo rodeaba, entender dónde estaba. Lentamente, giró su cuerpo, y lo que vio lo dejó perplejo.
¿Qué es esto?
Delante de él, en la distancia, una silueta enorme se alzaba contra el horizonte oscuro. Eran estructuras altas, parecían no tener fin.
Sabía que, por su intuición, debía ir hacia aquel lugar en vez de quedarse en ese desierto. Empezó a caminar hacia aquella silueta, mientras su mente intentaba recordar quién era. Quería saber algo más aparte de su nombre.
Caminaba fijamente hacia la silueta. Mientras avanzaba, se sumergía en sus recuerdos, intentando desesperadamente recordar quién era. No solo quería saber su nombre, sino también quién era como persona. Seguía caminando en línea recta, con la mirada baja y borrosa, como si el mundo a su alrededor fuera una neblina espesa que lo separaba de la realidad.
Después de divagar un rato en sus pensamientos, solo logró recordar algo breve: estaba en su habitación, estudiando para un examen. Sin embargo, ese recuerdo no era claro. Solo podía visualizarse a sí mismo en su escritorio, con la cabeza y los brazos recostados sobre la superficie, completamente agotado. Todo era borroso: las paredes se veían extrañas, distorsionadas, como si pertenecieran a un sueño más que a la realidad.
Con los pies rozando y arrastrándose en la arena del desierto, Edward seguía metido en sus pensamientos, recordando poco a poco, pero aún sin descubrir quién era realmente.
Volvió a la realidad, al presente. Ya estaba más cerca de esa silueta, pero notó algo raro. Aquellas estructuras que había visto eran, en realidad, grandes edificios que parecían chocar con las nubes, dando la impresión de que no tenían fin. Debido al efecto del cielo oscuro y el sol ocultándose, todo se combinaba para mostrar una imagen en la que los edificios parecían infinitos. Sin embargo, al acercarse, pudo notar que solo rozaban las nubes.
Edward estaba aún más confundido. Edificaciones altas, sin vida, sin ventanas ni puertas, en medio de un desierto. Parecían más bien pilares gigantes, pero estos tenían algo extraño: los pilares suelen ser simples monumentos, pero lo que él miraba parecía diseñado para el uso humano. Entonces se dio cuenta de que en aquel lugar había rastros de humanidad, y comenzó a adentrarse en él.
El suelo ya no era un vasto desierto de arena; parecía asfalto, aunque no muy bien elaborado. Pero cuanto más se acercaba a los edificios, el asfalto estaba en mejores condiciones. Se adentró cada vez más, hasta que finalmente se encontró entre los edificios. Solo tenía que caminar recto, o eso supuso, ya que no había otro camino: solo edificios y un pequeño sendero entre ellos.
Caminó más y más, hasta que finalmente encontró un final. Antes solo veía una especie de neblina, aunque esto se debía más a la condición en la que se encontraba desde que apareció en el desierto. Aún no veía con claridad. Al final del camino, vio un muro. No era muy alto; podía escalarlo. Saltó, fallando al intentar agarrarse, pero con un esfuerzo logró asomar la cabeza. Subió su mirada hacia adelante y entonces vio algo irreal, algo que lo dejaría aún más confundido.
Edward pestañeó varias veces, como si sus ojos lucharan por ajustarse a la realidad que tenía frente a él. De repente, como si un velo se hubiera levantado, su vista se aclaró por completo. El mundo que lo rodeaba cobró vida de manera abrupta, y lo que vio lo dejó sin aliento.
Una gran ciudad, o mejor dicho, una ciudad futurística, se extendía ante sus ojos. Edificios altos con luces neón brillaban intensamente, y a lo lejos, algo similar a coches flotando formaba un tráfico ordenado. Estaba sorprendido y asombrado. Sabía que estaba en el futuro, y el contraste era abrumador: hacía apenas un rato estaba en un vasto desierto sin vida, pero lo que sus ojos presenciaban ahora era todo lo contrario. Se había imaginado una ciudad devastada, con pocos rastros de humanidad, pero esto era lo opuesto. En aquel lugar había abundancia de vida y actividad.
Apenas se sostenía con sus brazos, con la poca fuerza que le quedaba, sobre el muro. No pudo aguantar mucho, así que se cayó. El dolor fue leve. Entonces, decidió subirse por completo al muro. Miró hacia abajo, del otro lado, y notó que había una gran caída, de al menos tres veces su altura, antes de tocar el suelo. Volvió a mirar al frente: edificios altos, algunos con una arquitectura particular que en su época no sería posible, o al menos no tan común. Notó que la ciudad se extendía hasta un punto donde su visión no alcanzaba a ver más, solo una neblina en la distancia.