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Chapter 12 - 10 Herencia oculta

La puerta del apartamento se abrió tras mis suaves toques. Mi cerebro no aguantaba más información; mi cabeza pesaba y mi cuerpo se volvía cada vez más flácido. Ruth se apresuró a sostenerme, su expresión de preocupación se notaba en sus ojos. Me llevó hasta el sillón y me recostó suavemente; mi cabeza cayó hacia atrás, apenas podía escuchar lo que decía. María se acercaba a mí con una taza de té en sus manos y me la ofreció.

—Bebe, te hará bien —dijo, apartando un mechón de su largo cabello de su cara.

Ruth se mantenía a mi lado, mirándome como si buscara alguna respuesta en mí.

—¿Fuiste tras Audrey, verdad? ¿Te hizo algo? —Ruth rompió el silencio con preocupación.

Yo solo pude negar con la cabeza.

Pero mi mirada cansada y lenta se volvió a María.

—¿Por qué actúan como si no hubiese pasado nada? —dije, haciendo un esfuerzo por pronunciar las palabras.

Las chicas intercambiaron miradas, lo que provocó más tensión en mí.

—María, tú viste lo que pasó. Tú me hablaste de la sangre cuando te intenté saludar —dije agitada, pero apenas tenía fuerzas.

—No pasa nada, Emma. Ya te dije, estás en un mal momento y lo entendemos —dijo Ruth interviniendo, como si evadiera el tema, mientras se ponía de pie para encender un cigarrillo.

—¡Basta! ¡Dile la verdad! —gritó María, empezando a llorar.

—¡Cállate ya! —gritó Ruth.

Su conversación me dejó aún más desconcertada. Quería preguntar qué pasaba, pero...

—¡Dile que a tu madre le pasaba lo mismo! —gritó María, envuelta en llanto.

Ruth se volteó, abriendo sus ojos y aspirando el cigarro; sus manos temblaban. Respiró profundo y dijo:

—Mi madre... tenía esos comportamientos, esos ataques de ira. ¡Estaba loca! —La mirada de Ruth era aún más desconcertada, como si estuviera abriendo un capítulo de su vida desagradable.

—¡¡¡No estaba loca!!! ¡¡Tú sabes que ella era una bruja!! —gritó María, envuelta en llanto mientras se jalaba el cabello, como si este tema la perturbara.

—¡¡¡Ya para, María!!! No me hagas enojar o... —Ruth comenzaba a alterarse.

—¿Oh qué? ¿Romperás todo como Emma? —gritó María mientras se ponía de pie, abrazándose a sí misma como si sufriera algún tipo de inestabilidad. Continuó—. Tú, Ruth, tu madre, y tú también, Emma, todas llevan la sangre de estas tierras malditas, ¡todas son brujas! —Rompiendo en llanto, se cubrió la cara con sus manos.

Ruth se quedó sin pestañear, como aceptando cada una de sus palabras. Mi mente estaba abrumada por la confusión. Intentaba asimilar lo que decía, pero el cansancio y el estrés me dificultaban entenderlo.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Cómo lo sabes? —pregunté, mi voz era apenas un susurro.

—El día que llegaste a esta casa, María vio algo... algo que le hizo pensar en tu herencia ancestral —intervino Ruth, su voz temblaba—. Ella puede ver más que una persona común. Vio en ti algo que va más allá de la simple ira, algo que tiene raíces profundas en la magia oscura.

La revelación me dejó aún más confundida. La idea de que mi abuela pudiera haber estado involucrada en algo como la brujería era desconcertante. Creo que ahora mis extraños sueños y mis visiones tienen una explicación. Mi mente giraba entre las palabras de Ruth y María, tratando de encontrar sentido a lo que estaba sucediendo.

—Pero... no sabía nada sobre la brujería en mi familia. Solo sabía algo de un pacto que hizo mi abuela —dije, intentando comprender.

—Lo que sea que haya pasado con tu abuela, lo que sea que haya hecho, ha dejado una marca en ti —dijo Ruth, con tristeza en su voz—. Y eso es algo que no puedes ignorar, como yo tampoco puedo hacerlo, a pesar de haberlo intentado con todas mis fuerzas.

La presión en mi cabeza se hacía insoportable. Los ecos de la discusión se desvanecieron y mi vista se nubló. Mi cuerpo se desplomó sobre el sofá.

"Emma... Emma, despierta..." Luego... silencio...

Abrí los ojos y la luz que entraba por la ventana me molestaba. Me senté en la cama, aturdida; mis pies hicieron contacto con el suelo frío, devolviéndome a la realidad. Salí en busca de un café a la cocina.

—Gorda, despertaste —dijo Ruth, abrazándome con fuerza y extendiéndome una taza de té.

El peso de los descubrimientos del día anterior cayó sobre mi espalda como si cargara el mundo en una mochila.

—Antes de que digas algo —dijo Ruth, señalándome con el dedo—, no hagas preguntas sobre las confesiones y descubrimientos de ayer. Solo respira, te prometo que te ayudaré a resolver esto.

Sus palabras fueron fuertes y claras. Ruth era tan empática, era la hermana que nunca había tenido, y ahora compartíamos casi las mismas preguntas. Solo respiré y le di un abrazo fuerte.

—Escucha, tendré que salir por unas compras y en la noche tengo trabajo, así que hablé con Ryan para que esté al pendiente de ti —dijo, y sus palabras se sintieron incómodas.

—Oye, no es necesario que me cuiden, por favor —dije, haciendo una mueca y llevando la taza de café a mi boca.

—Emma, ayer te desmayaste. Pudiste dormir bien por el calmante que te dimos —dijo, tomando su bolso y sus llaves para salir.

—No recuerdo nada de calmantes, solo su dura confesión y luego oscuridad —mi preocupación volvía a mí.

—No, no, no. Ve a vestirte, que Ryan está por llegar —dijo, cerrando la puerta.

Respiré profundo, todo volvía a mi mente: "Mi abuela es tan especial para mí. Aquí debe haber alguna mentira. No puedo creer las palabras de... James". Mencioné su nombre y no pude evitar recordarlo. Siempre había sido tan arrogante, pero ayer se veía tan cansado y abatido. Una fantasía estúpida pasó por mi mente: "Y si... tan solo pudiera entender qué hay detrás de su misterio". "Quizás está pasando un mal momento al igual que yo". Pero... ¿qué me pasa? Tengo tantos problemas y solo puedo preocuparme por este hombre.

Sacudí mi cabeza y fui a cambiarme al cuarto. Era de tarde, así que opté por ponerme un vestido corto floreado y unas sandalias cómodas. Intenté darle vida a mi rostro con un labial rosa y cepillé mi pelo un poco. Me miré al espejo y sostuve mi cadena con la figura de un gato con fuerza. El timbre sonó y me apresuré a abrirlo.

—Hola, linda —dijo Ryan, mientras sonreía.

Su pulóver ajustado hacía que se notaran cada una de sus definiciones.

—Hola —dije seria, haciendo un esfuerzo por no pensar en nada.

—Bueno, ¿qué esperas? Salgamos —me hizo un gesto indicándome hacia dónde ir; sonrió y se rascó la cabeza.