Capítulo 7
En los días posteriores a la victoria momentánea sobre Vargas, la atmósfera en la base era de cautelosa celebración. Sara había estado trabajando incansablemente en su computadora y, finalmente, logró hackear la red de información de una de las bases del Comandante Vargas.
—¡Lo tengo! —exclamó, con ojos brillantes mientras los demás se reunían a su alrededor—. He encontrado información sobre un tráfico de armas raras que Vargas está organizando. Esto podría ser nuestra oportunidad para debilitarlos.
El grupo se quedó en silencio, procesando la magnitud de lo que Sara había descubierto. Las armas raras significaban más que simples explosivos; podían cambiar el rumbo del conflicto.
Marco, siempre impulsivo y decidido, fue el primero en hablar:
—Debemos adelantarnos y acabar con esos contrabandistas antes de que lleguen a Vargas. Si logramos destruir esa red, le daremos un golpe duro.
Clara y Luna asintieron, entusiasmadas por la idea. Sin embargo, Leo se mostró más cauteloso.
—Es arriesgado. Si nos descubren antes de que podamos actuar, podríamos perderlo todo —advirtió Leo—. Necesitamos un plan sólido.
Mientras discutían los detalles del plan, Sara notó algo extraño en los registros que había hackeado: había menciones de un traidor dentro de su organización. Alguien estaba filtrando información sobre sus movimientos al Comandante Vargas.
—Chicos… —dijo Sara con voz tensa—. No solo estamos lidiando con Vargas; hay alguien entre nosotros que está trabajando para él.
El grupo se quedó helado ante esa revelación. La desconfianza empezó a crecer entre ellos. ¿Quién podría ser el traidor? ¿Cómo podrían actuar sin poner en peligro su misión?
Decididos a no dejarse vencer por el miedo, Leo propuso una estrategia ingeniosa.
—Podemos hacer una trampa —sugirió—. En lugar de atacar directamente al convoy de armas, hagamos que parezca que estamos preparando un ataque en otro lugar. Así atraeremos al traidor y lo desenmascararemos.
Clara y Luna se encargaron de diseñar una serie de movimientos falsos que simularan actividad en una zona diferente, mientras Marco y Sara se encargarían de infiltrarse en el lugar donde se realizaría el intercambio de armas.
El día del intercambio llegó y el grupo se dividió en dos equipos: uno para ejecutar la trampa y otro para observar desde las sombras. Mientras tanto, Sara monitorizaba las comunicaciones del enemigo desde su computadora portátil.
Cuando el convoy llegó al lugar acordado, Leo notó algo sospechoso entre los contrabandistas: uno de ellos parecía nervioso y estaba haciendo señales a alguien por radio.
—¡Es él! —gritó Leo—. ¡Ese es nuestro traidor!
Con rapidez y precisión, el equipo actuó. Marco y Sara intervinieron justo cuando el traidor intentaba alertar a Vargas sobre su presencia. En una lucha intensa, pero breve, lograron neutralizarlo y recuperar información crucial sobre las operaciones del Comandante.
Sin embargo, mientras celebraban su victoria momentánea, un grupo de soldados leales a Vargas apareció por sorpresa, alertados por el traidor antes de que lo atraparan. Una batalla estalló en el lugar.
Con astucia y trabajo en equipo, Leo y su grupo lucharon valientemente contra las fuerzas del Comandante Vargas. Con la ventaja táctica adquirida gracias a la información robada anteriormente, lograron repeler a los soldados y destruir parte del cargamento de armas raras.
Al final del día, aunque habían enfrentado peligros inesperados y desconfianza interna, habían debilitado significativamente a Vargas al interrumpir su tráfico de armas. Pero sabían que esto era solo una victoria temporal; Vargas no se detendría fácilmente.
Mientras regresaban a su base, cada uno reflexionaba sobre lo ocurrido:
—Ahora sabemos que no solo luchamos contra un comandante —dijo Leo— sino contra una red entera dispuesta a destruirnos desde adentro.
Los desafíos estaban lejos de terminarse, pero juntos estaban listos para enfrentar lo que vendría.