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Fuego en la nieve

Sol_Iannuzzi
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Chapter 1 - prologo

Fuego sobre la nieve

Fuego sobre la nieve :

Prólogo

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La brisa invernal se colaba entre los huesos de los soldados, volviendo sus pasos más lentos y su ferocidad aún más inescrupulosa. Las cenizas danzaban por los vientos como expertos bailarines, atormentando sus narices y provocando más de un estornudo, y la nieve ennegrecida, ferozmente pisoteada, se manifestaba por cada lugar, de a ratos manchada con aquel característico tono rosado de la sangre congelada.

Ningún militante de alto rango se había atrevido a salir de sus oficinas para condenar prisioneros hoy, en su lugar, el humo de las chimeneas camuflaba un poco el horrible olor a carne y pelo calcinado que Auschiwtz solía tener, dando la pauta de que muchas estufas se habían encendido ese día, para descongelar piernas ajenas. El leve aroma a café y pan horneado era también palpable para el sofisticado olfato del joven, provocando en su vientre una pequeña agrupación de ira.

Realmente los envidiaba. Isaac era quizás el único hombre de aquel horrendo lugar que se encontraba fuera de las oficinas, parado frente a la puerta del baño con las piernas entumecidas y un arma en mano, deseosa por acabar con la vida de algún bastardo. Sus botas estaban inundadas de agua, su ropa supuestamente abrigada estaba siendo brutalmente apaleada por el viento huracanado, y reiteradas amenazas de vómito iban y venían a través de su esófago, a causa del desagradable olor; una mezcla tan heterogénea que sus componentes eran muy difíciles de reconocer, a pesar de que su origen era bastante conocido por cada trabajador del lugar... Maldecía con toda su alma obscura al idiota del general, cuyos deseos de ir al baño lo habían dejado en el borde del abismo, parado media hora a la espera de que el malnacido terminará de cagar. ¿Qué mierda tenía en los intestinos ese tipo? Comenzaba a creer que había muerto ahí adentro, sofocado con el aire de sus propios desechos.

— Tsk. — chasqueó al viento, metiendo otra vez las manos en su supuesto abrigo. Dios le conservara el arma, porque iba a matar al hombre sí no apuraba su acción y salía de una vez. De hecho, los deseos de matarlo en ese mismo momento, aun en el sanitario, enviaron una flecha de placer a travez de su columna vertebral.

¿Debía tocar la puerta? Un extraño y a la vez conocido ruido de marcha lo sobresaltó segundos antes de que se convenciese. Él era soldado, conocía perfectamente el sonido de sus propias botas y las de sus compañeros martillar el suelo para ir a luchar, podía reproducir en cualquier momento el contagioso ritmo que hacían al pisar hormigón, el sonido ahuecado de la tierra fangosa y el siseo de la nieve cuando le pasaban por encima. Sin embargo, estas no eran las firmes piernas de sus colegas torturando la superficie en un grito de guerra, eran millones de pies arrastrándose en un lamento ilimitado, rogando al cielo por un poco de compasión. Sonaba como zombies en el apocalipsis, acompañado de un coro de voces que no cantaban canciones de entretenimiento, sino que sollozaban palabras ininteligibles, algunas en idiomas extranjeros.

Isaac, motivado por la curiosidad y bastante informado de lo que era decidió voltear la mirada, sabía muy bien que el campo de trabajos pesados quedaba justo después de aquel "humilde" baño donde defecaba su general y, eso, solo podía decir una cosa. Decenas de cadáveres andantes, vestidos con andrajosos conjuntos a rayas y completamente calvos se acercaban hacia él a un paso lento y lamentable, siendo azotados por varios oficiales y mordidos por enormes perros de guardia, entrenados para matar; los estaban guiando como ovejas, no obstante, aun no los habían llevado al matadero. Una sonrisa de pura sorna abatió su rostro cuando solo metros los separaron de él, dejando verle de cerca aquellos rostros deformados por la desnutrición, con los dientes al aire y pronunciadas ojeras haciendo caer sus mejillas.

— Asco — susurró con despreció, admirando con vagancia como sus caderas casi cuadriculares se movían al caminar.

Indiferente a sus miradas rotas, el joven sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno mirando el panorama. Realmente le molestaba que aun los mantuvieran vivos, con el gasto que suponían y el hambre que había en su país, aunque nada podía hacer por ello. La cantidad de judíos, enfermos, gitanos y negros era realmente increíble, la fila de mujeres horrendas que pasaban frente a él en ese momento seguía sin disminuir su grosor a medida que pasaba el tiempo, hasta que solo las más nuevas quedaron como viajantes, caminando asustadas como ratas al ser descubiertas. Repugnaban.

— ¡Muévete estúpida!—

Un tipo de tez muy blanca gritó enfurecido cuando una judía que cayo sin más al suelo, agotada. Isaac podía entender el enojo del hombre, con ese frío y sus olores, tener que levantar a una idiota no era precisamente una alegría del día, sin embargo, algo en la mirada de esa mujer le hicieron sentir un puro y bastante irracional enojo, juntado con la pena. Era una niña, una niña de baja estatura con brillantes cabellos rojos recién crecidos hasta la nuca y dos gemas jade que podían verse desde la distancia. Su cuerpo, aun lleno de curvas a pesar de la desnutrición, estaba demasiado enrojecido, haciendo contraste con unos hermosos labios azulados del frío. Ella, ellos en general, se estaban congelando con su ropa, que- para sumarle al hecho- ni siquiera era de abrigo.

La chica se levantó con cuidado luego de la segunda patada sin ser ayudada, cojeando a través de la nieve para seguir al grupo, y dejando al joven militar con una gran curiosidad en el alma. Él iba a hablarle, aunque solo fuese para que lo odiase.

— Lamento hacerte esperar. He tenido un... Mh, pequeño problema allí dentro. — murmuró tras de sí el general, sobresaltándolo de sorpresa

Una sonrisa burlona azotó el rostro del militar cuando miró al recién salido. Llevaba pantalones nuevos.