En el presente.
El aire susurraba a través de la habitación, llevando consigo el suave murmullo del viento. La estancia brillaba con una intensa luminosidad, revelando un espacio vacío adornado únicamente por camas solitarias, divididas por delicadas cortinas de tela.
En una de aquellas camas reposaba un joven de cabello oscuro, inmerso en un sueño profundo. Repentinamente, abrió los ojos lentamente.
—Ahhh... ¿Dónde estoy?
El chico, ahora despierto, miró con una expresión de confusión a toda la habitación, intentando recordar en dónde se encontraba.
"¿Qué es este lugar?" pensé, mirando hacia abajo. Vi unas sábanas cubriéndome.
"¿Esto... es una cama?"
—¡Ah!
Hice una mueca de dolor, pero, después de unos segundos, el malestar desapareció.
Desde el pasillo se escucharon unos pasos. Miré hacia el origen del ruido para ver quién venía, pero la figura estaba demasiado lejos y no pude distinguirla.
—¿Quién es ese? —susurré para mí mismo.
Un joven que aparentaba unos 22 años se detuvo frente a mí. Me observó con sus ojos afilados. Su cabello, de un azul oscuro, estaba impecable. Vestía un elegante traje negro adornado con decoraciones doradas.
Él se inclinó suavemente en una reverencia, como si me estuviera saludando.
—Buenos días. Es un gusto conocerlo. Mi nombre es Famtom, y seré el encargado de mostrarle este lugar.
—¿Eh...?
"¿Qué está pasando aquí? ¿Quién es este tipo? ¿Por qué me saluda así? ¿Dónde estoy y qué hago aquí?"
Mi mente se inundó de preguntas mientras miraba alrededor desesperadamente, buscando alguna pista que explicara mi situación.
Famtom, que ya se había enderezado, ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿Sucede algo?
—Ehh... Este... no. Solo estoy un poco confundido, eso es todo.
—Ya veo. No te preocupes, es normal. Por eso estoy aquí, para responder todas tus preguntas.
—Bueno, si es así... ¿Dónde estoy? ¿Y por qué estoy aquí?
—En estos momentos estás en nuestro centro médico. Te encontraron inconsciente en una aldea de un continente cercano y, como no tenían suficiente equipo médico, te trajeron aquí para atenderte.
Al escuchar lo que dijo Famtom, me quedé pensando un momento, intentando recordar algo de lo sucedido. Un recuerdo borroso vino a mi mente: sombras, caos... pero era tan confuso que me resultaba imposible identificar qué era. De repente, un zumbido comenzó a resonar en mi cabeza, haciéndose más fuerte y doloroso.
—¡Ahhh! ¡Me duele la cabeza!
Me llevé las manos a la cabeza, intentando calmar el dolor. Famtom, que me observaba con atención, reaccionó rápidamente. Con un movimiento ágil, tomando unas pastillas del mueble que estaba a lado de mi cama y me las dio.
—Cof... cof...
Tardé unos minutos en sentirme mejor, pero, finalmente, el efecto de las pastillas alivió mi malestar.
—¿Te sientes mejor?
—Sí... Pero ahora que lo pienso, ¿cuánto tiempo he estado inconsciente?
Apreté las sábanas con las manos, sintiendo una mezcla de miedo y curiosidad al saber cuánto tiempo había pasado.
El chico del traje sacó un extraño objeto de su bolsillo, una especie de dispositivo rectangular con una pantalla azul. Yo, intrigado, no podía apartar la mirada de aquella cosa mientras esperaba su respuesta.
—Según tu expediente, llevas tres semanas inconsciente.
—¿Tres semanas...?
Reflexioné un momento al escuchar esa palabra. La idea de estar inconsciente durante tanto tiempo me resultaba abrumadora. Miré a Famtom sorprendido, pero, al mismo tiempo, una parte de mí pensó que no era tan largo como esperaba.
—¡¿Tres semanas?! Aunque, ahora que lo pienso, parece poco tiempo.
—Así es.
Famtom permaneció inmóvil, como una estatua. No pareció sorprenderse por mi reacción; en cambio, volvió a mirar su dispositivo y luego me observó con seriedad.
—¿Serías tan amable de darme tu nombre? Al parecer, no está registrado en el expediente.
Cuando escuché la palabra "nombre", un recuerdo difuso volvió a mi mente. Esta vez, no sentí dolor. Era una sensación de tranquilidad. Aunque el entorno era borroso, escuché una voz femenina que decía: "Te voy a llamar..."
Abrí los ojos de golpe. Miré a Famtom con una sonrisa y, con entusiasmo, me levanté de la cama.
—¡Mi nombre es Neon!
—Neon. Lo anotaré en tu expediente —respondió con calma. Tras decir eso, se giró y comenzó a caminar hacia la puerta—En este momento, iniciaremos el recorrido.
—Pero... ¿a dónde vamos?
—La explicación se dará al llegar.
Sin más preguntas, me apresuré a seguirlo. Caminamos juntos hacia la salida, dejando atrás aquella habitación.