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Altas expectativas

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Synopsis

Chapter 1 - Prólogo

◊ Manuel Alonso

 

 

¿Cómo es que prefieres cargar sola con tu hijo?

¿Por qué abandonas la casa que Cristóbal compró con tanto esfuerzo?

¿Por qué no buscas una nueva pareja que los apoye económicamente?

Esas fueron las preguntas que escuchamos de nuestros familiares, quienes a día de hoy, solo conocen una sola versión de la historia, la de aquel hombre al que todos aprecian y admiran por ser un ejemplo de superación, alguien "que no duda" a la hora de "tenderle la mano" a quien más lo necesita.

Hubo veces, antes de distanciarnos de esas personas que ya no considero mi familia, que quise responderles con la verdad.

Sentí esa obligación de revelar que, aquel al que todos apoyaron en su egoísmo, no era más que un farsante.

Sin embargo, y algo debo reconocerle a ese hombre que por desgracia es mi padre, es que sabe encantar a las personas.

Es un gran manipulador que no titubea a la hora de actuar y presentarse como un ser perfecto, alguien carismático, amable y bondadoso que muestra una versión ideal de sí mismo para engañar a quienes lo rodean.

He ahí la razón por la cual mamá decidió distanciarse y afrontar la vida sin el apoyo de nuestros familiares.

Aurora Alonso, mi madre, a pesar de todo lo que ha enfrentado y superado, no siente rencor hacia mi padre como yo.

Ella definitivamente es la bondad andante, ni siquiera lo odia por lo que nos hizo, aunque está consciente de que no debe perdonarlo; eso me tranquiliza.

A todas estas, ¿qué fue lo que nos hizo mi padre?

Pues, nos abandonó hace cinco años sin decir una sola palabra, sin darnos una razón y sin revelar que le estaba siendo infiel a mamá.

¿Cómo nos enteramos de su infidelidad?

Lo hicimos de la peor manera, cuando Margaret Alonso, mi abuela materna, le reveló a mamá que él se había ido con una mujer más joven al este del país, donde invirtió una gran cantidad de dinero en una empresa con grandes posibilidades de crecimiento; todo a tan solo una semana de habernos abandonado.

Recuerdo muy bien esa conversación entre mamá y mi abuela.

Cuando mi abuela llegó a casa, me mostró esa sonrisa que generaba confianza y me pidió que le sirviese un poco de café; hice caso de inmediato.

Era apenas un niño de nueve años a quien su padre había abandonado.

Tal vez mi abuela quiso evitar que escuchase esa realidad con tal de que no odiase a mi padre.

Sin embargo, al volver con el pedido de mi abuela, escuché a mamá haciéndole un reclamo; se le notaba molesta.

—Solo a eso viniste, mamá, a decirme que ese infeliz ya se estableció y empezó a recuperar su inversión.

—Te lo dije en repetidas ocasiones, hija, que fueses más considerada con Cristóbal —dijo mi abuela, después de darle un sorbo a su café.

No puedo hablar mal de mi abuela, solo cuestionar lo que le dijo a mamá.

Era una buena mujer, a pesar de que se dejó engañar con mi padre.

—Ven aquí, Manuel —dijo mi abuela de repente.

Su mirada era vacía y opaca, y a pesar de las suaves caricias que daba en mi mejilla mientras sonreía, hasta yo pude notar que estaba triste.

—Eres un buen niño, Manuel, espero que seas mejor que tu padre —musitó.

—¿Acabas de insinuar que yo tengo la culpa de que Cristóbal me haya sido infiel? —intervino mamá con rabia.

Fue la única vez que la vi molesta, pues algo que la caracteriza es su alegría y una energía que parece inagotable.

—Solo digo que los hombres se dejan llevar por sus instintos primitivos, y si ven que otra mujer les da un mejor trato, se irán con ella —respondió mi abuela, que no dejó de justificar la infidelidad de mi padre.

Debo decir que no entendía nada de infidelidades, y la rabia que sentí hacia mi padre en ese momento, era un reflejo de las reacciones de mamá.

—Se supone que tienes que consolarme y apoyarme, en vez de justificar lo que ese infeliz nos hizo… ¡Yo soy tu hija! —reclamó mamá.

—Lo sé, y te amo con todo mi corazón, pero también eres la culpable de las acciones que Cristóbal llevó a cabo —sentenció mi abuela.

Me hubiese gustado tener la madurez que tengo hoy en día para decirle a mi abuela que estaba equivocada.

La culpa siempre fue de mi padre, él es el responsable de todo lo que enfrentamos.

—Me decepcionas —musitó mamá.

Mamá no lloró a pesar de que mi abuela seguía justificando las acciones de mi padre, y peor aún, que la culpase de las decisiones que él tomó.

Apenas hoy en día es que puedo comprender su dolor que sintió tras ser abandonada por su propia madre.

Su rostro enrojecido evidenció la rabia que sentía, pero a pesar de todo, pudo mantener la calma y pedirle a mi abuela que nos dejase solos.

Esa fue la última vez que vi a mi abuela.

Mamá y yo dejamos nuestra ciudad natal, Santa Clara, un mes después de haber recibido la visita de mi abuela.

Casi no teníamos nada de valor, así que solo empacamos nuestra ropa y dependimos del poco dinero en efectivo que mamá tenía guardado, pues lo que había en su cuenta bancaria lo dejó para alquilar un departamento.

Nuestro destino fue Pereira, una ciudad portuaria en el sur del país.

La primera semana estuvimos hospedados en un hotel mientras mamá se encargaba de buscar un departamento con una renta mensual que pudiese costear hasta que encontrase un empleo; tuvo suerte al encontrar uno rápido.

Así fue como nos establecimos en un edificio residencial de La California, un vecindario ubicado en una zona vulnerable de la ciudad.

Nuestro departamento no era espacioso, apenas tenía una pequeña sala de estar y una cocina con comedor para dos personas. También había dos habitaciones y un baño defectuoso, pues la tubería del lavamanos estaba inservible y la ducha no contaba con calentador.

Para un niño de nueve años que estaba acostumbrado a tener una gran habitación repleta de juguetes, y que vivía en una casa espaciosa, casi al punto de considerarse lujosa, el cambio fue difícil de aceptar.

Pero por mamá, a pesar de mi inmadurez y mi falta de comprensión, tuve que asumir los sacrificios que me correspondían con tal de no causarle molestias.

Es así como nos establecimos en una ciudad donde creímos que nadie nos molestaría, pero la verdad es que, a pesar de que mi padre no forma parte de nuestras vidas, nos siguió perjudicando con algo que dejó a mamá entre la espada y la pared.