Silverlight yacía en el suelo, incapaz de moverse. A pesar de la herida en su pecho, el regalo de Paimon ya no estaba; Aiden había logrado destruirlo.
Elea llegó al lugar, observó la situación y se acercó a Silverlight, con una expresión seria en su rostro.
—Lo siento mucho, Silver. Nunca pensé que las cosas acabarían así cuando te recluté. —Dijo Elea mientras preparaba el Taienomi en su mano, lista para acabar con Silverlight.
—¡Detente! —Exclamó Aiden, que estaba ayudando a Halia a mantenerse en pie.
—Ella no morirá. —Anunció Halia, que apenas lograba mantenerse consciente.
—Pero si no se capturan las habilidades, no aparecerá el portal para regresar a Varah. —Respondió Elea con seriedad.
—He logrado destruir la daga con mi voluntad; una voluntad mayor puede sobreponerse a otras. —Dijo Aiden con tono de determinación.
Un leve silencio cubrió el lugar mientras ambos bandos se miraban con seriedad, intentando demostrar su punto. Finalmente, Elea centró su atención en la princesa.
—Princesa Halia, cuando te convertiste en una mitad ente, tu esperanza de vida se alargó; puedes llegar fácilmente al millón de años. —Comentó Elea.
—Soy consciente. ¿En qué afecta eso a nuestra situación? —Preguntó Halia, confundida. Elea se giró hacia Aiden y señaló el diamante de Varah que Aiden mantenía oculto bajo su ropa mientras colgaba de su cuello.
—Aiden, no te lo dije, pero atrapé la habilidad de purgar. La princesa podrá gastar la mitad de su esperanza de vida para purgar cada una de las habilidades, permitiendo capturarlas por segunda vez. —Explicó Elea, notando que el rostro de Halia se iluminaba con esperanza.
—Lo haré. —Respondió Halia sin dudar. —Aiden, por favor, préstame el diamante de Varah. Daré parte de mi tiempo de vida para salvarla.
Aiden deshizo el hechizo del diamante de Varah y se lo entregó a la princesa Halia.
—Lo más probable es que acabes con tu tiempo de vida natural. —Comentó Elea justo antes de que Halia comenzara a purgar todas las habilidades, atrapándolas en el diamante de Varah. Al terminar, la princesa se arrodilló junto a Silverlight, agotada, intentando mantenerse consciente.
—Todo ha terminado, pequeña. —Comentó la princesa mientras acariciaba tiernamente el suave pelo de Silverlight.
—Hiciste un movimiento muy arriesgado, pero lograste salvarla; luchas contra tu maldición. —Comentó Elea, quien se encontraba junto a Aiden, observando desde la distancia.
—Aún así, todo lo que pasó fue culpa mía. —Respondió Aiden, afligido.
De pronto, frente a ellos, se abrió una gran grieta en el cielo, dando paso al agujero de gusano que actuaba como portal hacia la tierra de Uthird.
—El portal a Varah se ha abierto; las Hespérides te están pidiendo que regreses. —Comentó la princesa, impresionada por la rapidez de las deidades.
—Eso quiere decir que la batalla final se acerca… —Prosiguió Elea, fascinada por la presencia del portal. Aiden admiró el portal mientras ambas princesas notaban la expresión seria en su rostro.
—Al final, tú tienes la última palabra. Sea lo que sea que elijas, nosotras te apoyaremos. —Comentó la princesa Halia.
Aiden se giró hacia ellas y levantó su puño con determinación.
—Regresaré a Varah. Terminaré con todo esto de una vez. —Anunció el Deiak, logrando sacar una sonrisa de sus compañeras.
Tras esto, Aiden y Elea llevaron a Silverlight y a Halia a un lugar seguro para que recibieran atención médica.
Mientras tanto, cuatro figuras muy distintivas se encontraban reunidas en uno de los extensos campos de Varah. Eran los hijos de Efialtes.
—¡Si hay alguien acabando con los nuestros, entonces deberíamos ir a por él! —Comentó Mirta, la tercera hija de Efialtes. A pesar de su apariencia de mujer hermosa y común, su cola de ratón, casi del doble de su cuerpo, la delataba como un ente.
—Recuerda que padre es omnisciente. Si no quiere enfrentarse a ese extraño, es porque no se trata de ese tipo. Padre solo quiere enfrentarse a los Deiak. —Explicó Darek, el menor de los entes. Se asemejaba a un hombre en buena forma física, con una cola similar a la de Mirta, pero también emanaba un aura aterradora.
—Si padre quisiera, ya habría destruido este asqueroso mundo. —Comentó Reditus, el primero de los hijos de Efialtes. Tenía una figura antropomórfica parecida a un cocodrilo de color rojo oscuro, era muy musculoso y sin duda el más grande de los cuatro.
—Padre fue enviado a este mundo por su propia madre. Si lo destruye lentamente, es porque quiere que su madre sufra al ver caer a su creación. —Prosiguió Darek.
—En cuanto esas cadenas se rompan, todo habrá terminado. —Comentó Genu, el segundo de los hijos de Efialtes. Tenía un plumaje de color morado, una cabeza pequeña y un pico similar al de las aves frugívoras especialistas. Sus brazos parecían estar preparados para estirarse, sus manos eran completamente negras y terminaban en afiladas garras, mientras que sus piernas se asemejaban a las de un ave, con dedos palmeados.
Mientras tanto, Efialtes esperaba, unido a un sello a través de cadenas mágicas, el último sello de emergencia por parte del Adalid.
Varios días después, Silverlight reposaba en la cama. Ya había recuperado la consciencia y se encontraba mejor. El peluche que Aiden le había regalado fue reparado por Halia, y esta le había comprado un nuevo helado para alegrarla una vez más.
Aiden entró en la habitación con una sonrisa nerviosa y mostró el escudo de Silverlight, ahora dañado y con algunas piezas faltantes. A pesar de los daños, ver su regalo hizo que Silverlight mostrara una alegre sonrisa.
—Te lo agradezco mucho. Pudimos salvar a Silver gracias a ti. En cuanto se recupere, volveremos a casa. —Comentó Halia con tono amable.
Aiden colocó el escudo de Silverlight junto a su cama y luego adoptó una expresión seria.
—Silver, sé que necesitas descansar, pero tengo que preguntarte algo. ¿Cómo lograste usar una habilidad que ya había capturado? —La pregunta de Aiden tomó a ambas por sorpresa. Halia también se había dado cuenta, pero no le había prestado atención hasta que Aiden lo mencionó. Silverlight le entregó a la princesa su helado y escribió una carta para poder explicarse.
—Algunas habilidades tienen funciones ocultas. En esa ocasión, usé la función oculta de la habilidad de traspaso. Su función oculta permite pasar a través de cualquier ley o restricción. Como la habilidad de mejor momento ya estaba en tu poder, fue lo primero en lo que pensé. —Leyó Halia en voz alta.
—¿Funciones ocultas? —Preguntó Aiden, confundido por la explicación.
—Existen habilidades con esa rareza. Por ejemplo, tú, Aiden, posees la habilidad "evolución". Esta habilidad te permite crecer y aprender en combate, pero también tiene una función oculta que te da una evolución en tu poder, permitiéndote alcanzar la tercera etapa en tus transformaciones. —Explicó Halia, notando cómo Aiden se hundía cada vez más en sus pensamientos.
«Entonces, si traspaso las leyes del espacio-tiempo, podría…» Pensó Aiden, antes de soltar un suspiro de alivio. «Solo espera, no tardaré mucho.»
Mientras tanto, Calibur se había reunido con Raiden y Elea para conversar sobre algo.
—Estuve toda la noche planificando cómo nos divertiríamos hoy, pero tenemos que salir ya o no tendremos tiempo. —Comentó la espada, muy emocionado.
—Espera, creo que ha habido un malentendido. Raiden me agrada, pero tú sigues dándome asco. —Comentó Elea con sequedad, como un golpe directo hacia Calibur. —Solo mírate, eres una espada que habla; eso da miedo. —Las palabras de Elea cortaban más que cualquier espada, incluso desde la distancia. —Raiden, vamos a un lugar más privado, quiero que hablemos de nosotros.
Elea agarró a Raiden de la mano y lo llevó hacia su habitación. Tras cerrar la puerta, lo miró a los ojos, cambiando su típica expresión de seriedad por una algo avergonzada.
—Eso que dijiste el otro día… que me amabas… ¿Lo decías en serio? —Preguntó Elea, sonrojándose cada vez más con cada sílaba. Raiden simplemente asintió, fascinado por Elea. —¿Eres consciente de que si lo nuestro continúa, acabarás muriendo por mi contrato?
—No me importa. —Respondió Raiden con seguridad. Los ojos de Elea se iluminaron con amor y fascinación.
—Te amo… —Fue lo único que Elea alcanzó a decir antes de unirse en un cálido beso. Sus manos se entrelazaron, y ambos estaban dispuestos a ir a por todas.
Por su parte, Aiden había logrado tener un momento a solas, donde se permitió toser sangre, recordándole nuevamente que estaba contra reloj.
—Si no me doy prisa, las leyes de Varah me matarán. Ni siquiera estoy seguro de cuánto tiempo me queda de vida. —Murmuró Aiden mientras limpiaba la sangre de su boca.
De pronto, una carta que guardaba en su bolsillo comenzó a moverse, lo que llamó su atención. Aiden sacó la carta y notó que el sello de confidencialidad que le impedía leerla estaba desapareciendo. La carta venía de parte de Jade, la madre adoptiva de Maya y antigua rival de Aiden.
«Querido yerno, antes que nada, quiero felicitarte por haber llegado hasta aquí. Seguramente te habrás dado cuenta, al estudiar en la biblioteca de las brujas, de que mi aportación está ausente. Te pido que confíes en mí; ve a la casa de Maya. Estoy segura de que ella guardó mi investigación en una cajita que quiero entregarte. Sé que es difícil confiar en mí después de todo lo que hice, pero si te escribo esta carta es porque he logrado estar en un momento de lucidez.
Hay demasiadas cosas que quiero decirte, pero como esta carta se abrirá una vez me hayas matado, solo puedo decirte esto: muchas gracias. Gracias por hacer feliz a mi pequeña, gracias por continuar con su sueño de vivir en un Varah lleno de paz. Estoy muy feliz de que ella te eligiera a ti. Lamento mucho que, por mi culpa, haya tenido una infancia dura y haya sido rechazada, pero fue gracias a ti que su reputación cambió. Siempre te lo agradeceré, querido yerno.»
La carta de Jade tocó la fibra sensible de Aiden. Una vez más, debía regresar a esa casa, a un hogar lleno de recuerdos que, solo con pensar en ellos, le causaban tristeza. Hacía casi año y medio que no volvía. Aiden guardó la carta y, de repente, Verónica lo acorraló contra la pared.
—Ya me enteré de que te irás en unos días. ¿Por qué no planeabas decírmelo? —La expresión de Verónica era una mezcla de enfado y decepción. No estaba contenta con la decisión de Aiden ni con su comportamiento. El caballero solo apartó la mirada, avergonzado.
—Lo siento. —Fue lo único que logró decir. Verónica apretó con fuerza los hombros de Aiden y lo miró fijamente a los ojos.
—¡Prométeme que, cuando termines tus asuntos pendientes, regresarás! —Las palabras de Verónica eran desgarradoras, no solo para su garganta, sino también para el corazón de Aiden. Un breve silencio envolvió la habitación, hasta que fue Aiden quien lo rompió.
—Lo siento. —Repitió, mientras Verónica hundía su rostro en el pecho de Aiden, ocultando sus lágrimas y tristeza.
—¿¡Qué pasa conmigo!? —La voz de Verónica estaba cargada de emoción. Aiden la envolvió en un cálido abrazo.
—Gracias, por siempre estar ahí.
El día finalmente había llegado. Halia, Aiden, Elea, Raiden y Silverlight debían partir. El pintoresco grupo se despedía de los amigos que dejaban atrás: para Aiden y Raiden, eran los amigos que conocían desde sus caóticas infancias; para los demás, eran los hospitalarios conocidos que los habían acogido durante este tiempo. Todos se iban felices, aunque Raiden tenía claras sus intenciones de regresar.
El grupo cruzó el portal tras una tierna despedida. El viaje fue casi inmediato, con solo un breve periodo atravesando el agujero de gusano.
Al llegar, la vista que se desplegó ante ellos era de una desolación absoluta. El cielo que una vez había sido un lienzo de luz y esperanza sobre Varah ahora estaba sofocado por una oscuridad opresiva; solo algunos rayos de sol, pálidos y agonizantes, lograban atravesar la densa cortina de maldad que se cernía sobre todo. Los vastos campos verdes, antaño vibrantes y llenos de vida, yacían ahora en sequía y podredumbre, el aire impregnado del hedor acre y penetrante de la muerte. Era un paisaje de pesadilla, donde la vida había cedido completamente al caos y la decadencia. En la distancia, los rugidos de los pocos entes que quedaban resonaban como ecos de desesperación, una ominosa promesa de lo que estaba por venir.
Entonces, una presencia interrumpió el sofocante silencio: Efialtes. Sus ojos, llenos de ira y resentimiento, se fijaron en ellos con una intensidad ardiente. Intentó lanzarles un ataque de fuego, una ráfaga de furia incandescente, pero sus cadenas lo detuvieron, haciendo que el ataque se desvaneciera a solo unos centímetros de su objetivo. Aiden no necesitaba palabras para entenderlo: el verdadero desafío estaba solo comenzando. Tenía mucho por restaurar, mucho por reconstruir, pero primero, tendría que enfrentarse a ese monstruo que personificaba la oscuridad que había consumido todo.