Chereads / Infinitus: Tomo 3 / Chapter 8 - Capítulo 8: Escapando de la Oscuridad

Chapter 8 - Capítulo 8: Escapando de la Oscuridad

El frío y estéril resplandor de los tubos fluorescentes era la única constante en aquel infierno subterráneo. Las paredes grises del laboratorio, impregnadas de un hedor químico penetrante, parecían absorber los gritos ahogados que resonaban en cada rincón, un cruel recordatorio de las atrocidades que se cometían tras esas puertas cerradas. Aiden, con sus ojos marrones, aún cálidos y vivos, miraba fijamente al techo de la habitación sellada donde les dejaban descansar entre los experimentos. Solo tenía diez años, pero los horrores que había presenciado lo habían envejecido más allá de su tiempo. Al igual que los demás, era un huérfano, despojado de todo lo que alguna vez conoció, salvo por el miedo.

Durante esas breves pausas, los niños se reunían en esa habitación, un espacio estéril, sin ventanas, donde podían estar juntos sin el constante terror de los científicos. No había muebles, salvo unas cuantas colchonetas esparcidas por el suelo y un televisor en una esquina, que solo mostraba imágenes grabadas, escenas de lugares que ellos nunca habían visto ni verían. Era una paz efímera, rota solo por la espera tensa de lo que vendría después.

Kira, con su cabello rubio, casi blanco, y sus ojos azules que aún brillaban con una chispa de esperanza, se sentaba en silencio, trazando patrones imaginarios sobre el suelo. A pesar de las cicatrices que marcaban su piel, ella era la única que intentaba sonreír, la única que hablaba de un "después" como si realmente existiera una vida más allá de esas paredes. Tenía once años, un año mayor que Aiden, pero su espíritu era inquebrantable. Siempre trataba de animar a los demás, aunque su propio cuerpo traicionara la intensidad del dolor que sufría día tras día.

Raiden, el mayor del grupo, con once años recién cumplidos, se encontraba apartado, flexionando sus músculos doloridos. Los dopajes experimentales lo habían transformado, dotándolo de una fuerza que ningún niño de su edad debería poseer. Sin embargo, la constante exigencia de llevar su cuerpo al límite estaba empezando a pasar factura, y por primera vez, sentía que quizás no podría soportar mucho más. Aun así, nunca lo decía en voz alta; era demasiado orgulloso para admitirlo, incluso a sí mismo.

Ethan, Verónica, Lucia, y Adela se acurrucaban cerca de la pared opuesta, compartiendo entre ellos los pocos recuerdos felices que aún guardaban. Pero cada historia, cada risa ahogada, estaba teñida de una melancolía que ninguno podía ignorar. Sabían que esos momentos de alivio eran fugaces, una simple tregua antes de que la pesadilla continuara.

Aiden escuchaba las conversaciones a medias, perdido en sus propios pensamientos. No había un plan, no todavía. Lo único que ocupaba su mente era el deseo de que todo terminara, de que el dolor, el miedo y la incertidumbre se desvanecieran de una vez por todas. Pero cada vez que ese pensamiento se hacía más fuerte, se sentía abrumado por una impotencia que lo ahogaba.

Al otro lado de la puerta sellada, se oían los pasos de los guardias, un recordatorio constante de la vigilancia que nunca cesaba. Los minutos se deslizaban lentamente, mientras todos ellos esperaban, en ese silencio cargado, que llegara el próximo turno de alguno de ellos. Y en esos momentos, cuando las luces del televisor parpadeaban en la oscuridad de la habitación, Aiden deseaba con todas sus fuerzas que algún día, aquello terminara.

Lucia se sentó en el suelo junto a Adela y Ethan, abrazando sus rodillas mientras susurraba a los demás. El pequeño Ethan, con sus ojos llenos de inocencia, levantó la mirada hacia ella y preguntó en voz baja:

—¿Crees que la policía vendrá a rescatarnos pronto, Lucia? Seguro que mamá me está buscando.

Lucia, apenas un par de años mayor que Ethan, le acarició el cabello rubio con ternura, tratando de darle un poco de consuelo.

—Sí, Ethan, estoy segura de que lo harán. —Dijo con voz suave, aunque su mirada traicionaba su incertidumbre. —Alguien debe saber lo que nos está pasando, ¿Verdad? No pueden dejarnos aquí para siempre.

Adela asintió con la cabeza, apoyando las palabras de Lucia.

—Mi papá siempre decía que la policía está para protegernos —Añadió, su voz apenas un murmullo. —Ellos nos encontrarán, solo tenemos que esperar.

Aiden, que estaba recostado en una de las colchonetas, escuchaba la conversación en silencio. Había aprendido a no aferrarse a falsas esperanzas, y aunque no quería ser cruel, tampoco podía dejar que los demás vivieran en una ilusión que solo los haría más vulnerables. Se incorporó y caminó hacia ellos, sus ojos marrones clavándose en los de Lucia con una seriedad que la hizo estremecer.

—Lucia, Adela... —Comenzó, con una voz baja pero firme. —No creo que eso pase.

Los tres niños lo miraron con sorpresa. Ethan, el menor, frunció el ceño, sin comprender por qué Aiden les contradecía.

—¿Por qué dices eso? —Preguntó Lucia, intentando mantener el optimismo en su voz.

Aiden suspiró y se sentó frente a ellos, bajando la voz para que los guardias no pudieran escucharlos.

—Piensa en lo que nos están haciendo aquí. —Dijo, señalando la habitación sellada y luego mirando a sus compañeros. —Estos experimentos... no son algo que la gente normal pueda ver o saber. Esto no es un hospital ni un laboratorio cualquiera. Es algo oculto, algo ilegal.

Adela lo miró con los ojos abiertos, intentando procesar lo que Aiden estaba diciendo.

—Pero... ¿por qué la policía no vendría a investigar si alguien denunciara esto? —Preguntó, aferrándose a la idea de que el mundo exterior todavía podría salvarlos.

Aiden cruzó los brazos y continuó.

—Porque la gente que está detrás de todo esto no es estúpida. Seguramente tienen una empresa o algo así que parece legal, que es solo una fachada para cubrir lo que realmente hacen aquí. Con el dinero que sacan de esa empresa, financian estos experimentos. Y mientras todo se vea bien por fuera, la policía no tendrá ninguna razón para investigar. Nadie sabe que existimos aquí, y ellos se aseguran de que siga siendo así.

Ethan frunció el ceño aún más, y su pequeña voz tembló cuando habló:

—Entonces... ¿Nadie va a salvarnos?

Aiden sintió un nudo en la garganta al ver la desolación en los ojos del niño, pero sabía que la verdad era lo único que podía ofrecerles en ese momento.

—No estoy diciendo que no haya esperanza, Ethan. Solo que no podemos depender de que alguien venga a rescatarnos. Tenemos que pensar en otras formas... de cómo salir de aquí.

Lucia bajó la mirada, el peso de las palabras de Aiden hundiéndola en la realidad que había estado tratando de evitar.

—Entonces ¿Qué hacemos? —susurró, su voz quebrada.

Aiden apretó los labios, sintiendo la presión de las miradas de sus amigos sobre él.

—Primero, tenemos que ser inteligentes. No podemos dejar que se den cuenta de que estamos pensando en escapar o de que sabemos demasiado. Y mientras tanto... intentaré averiguar más. Si podemos entender cómo funciona todo esto, tal vez encontremos una forma de salir. Pero tenemos que ser pacientes y, sobre todo, no perder la cabeza.

El silencio cayó sobre el grupo. Aiden sabía que había apagado la pequeña chispa de esperanza que los otros intentaban mantener viva, pero también sabía que era mejor que vivieran con la realidad, por cruel que fuera. Mientras se alejaba para volver a su lugar, no pudo evitar sentir el peso de la responsabilidad sobre sus jóvenes hombros. Sabía que, al final, todo dependería de él.

El silencio en la habitación sellada se volvió más pesado después de las palabras de Aiden. Los niños se dispersaron, cada uno sumido en sus propios pensamientos, y la atmósfera que alguna vez había estado teñida de una tenue esperanza se volvió más sombría. Aiden, sintiendo el peso de lo que acababa de decir, se alejó hacia una esquina, deseando un momento de soledad. Se sentó contra la pared fría, dejando que su cabeza descansara en sus rodillas, tratando de controlar la culpa que lo invadía.

Unos minutos después, Kira se deslizó silenciosamente hacia él, sus movimientos casi imperceptibles. Se sentó a su lado, manteniendo una pequeña distancia entre ellos, lo suficiente como para no invadir su espacio pero lo bastante cerca como para que sintiera su presencia. Kira, con su cabello rubio casi blanco cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, miró a Aiden de reojo, esperando que fuera él quien rompiera el silencio. Pero cuando vio que no lo hacía, decidió tomar la iniciativa.

—Aiden. —Dijo en voz baja, con un tono suave, casi reconfortante.

Aiden no levantó la cabeza, pero ella sabía que la estaba escuchando.

—No fue justo lo que dijiste antes. —Continuó Kira, sin un rastro de reproche en su voz. —Sé que lo hiciste porque quieres protegernos, pero... a veces necesitamos algo en lo que creer, aunque sea solo una ilusión.

Aiden suspiró, sin levantar la vista.

—No quería ser cruel. —Murmuró, su voz apenas audible. —Pero no puedo dejar que se engañen. Si seguimos pensando que alguien más nos va a salvar, no nos prepararemos para lo que realmente tenemos que hacer.

Kira asintió, comprendiendo la lógica detrás de sus palabras. Ella siempre había admirado la inteligencia de Aiden, esa mente brillante que, a pesar de su corta edad, parecía capaz de entender cosas que otros niños ni siquiera podían imaginar. Pero también sabía que la verdad a veces podía ser un arma de doble filo, especialmente en un lugar como aquel.

—Lo sé. —Respondió con suavidad. —Pero somos solo niños, Aiden. Cada uno de nosotros está intentando lidiar con esto de la mejor manera que puede. Para Ethan y Adela, pensar que la policía vendrá es la única forma de no volverse locos. A veces necesitamos esas pequeñas mentiras para seguir adelante.

Aiden finalmente levantó la cabeza y la miró, sus ojos marrones llenos de una mezcla de agotamiento y determinación.

—¿Y tú? —Preguntó, un poco más desafiante de lo que pretendía. —¿Qué te ayuda a seguir?

Kira sonrió levemente, una sonrisa que no era de felicidad, sino de una comprensión profunda y dolorosa.

—Me ayuda saber que no estoy sola. Que te tengo a ti, a Raiden, a todos los demás. Que mientras estemos juntos, hay una posibilidad de que, tal vez, encontremos una salida. Y si no... —Hizo una pausa, buscando las palabras correctas. —Al menos no habré pasado por esto sola.

Aiden se quedó en silencio por un momento, asimilando lo que Kira acababa de decir. Había estado tan concentrado en la lógica, en el análisis frío de su situación, que se había olvidado de que, a veces, la compañía y la solidaridad eran igual de importantes para sobrevivir.

—Lo siento. —Murmuró finalmente. —No quería hacerles sentir peor.

Kira negó con la cabeza, sus ojos azules brillando con una calidez que contrastaba con la dureza de su entorno.

—No tienes que disculparte. Todos lidiamos con esto a nuestra manera. Tú piensas en soluciones, en cómo salir de aquí, y eso es importante. Pero también necesitamos recordarnos a nosotros mismos que aún somos humanos. Que aún podemos ser amables, incluso cuando todo a nuestro alrededor es tan horrible.

Aiden asintió, y por primera vez en mucho tiempo, permitió que un pequeño atisbo de sonrisa se formara en sus labios.

—Gracias, Kira. —Dijo, sintiendo una ligera presión en su pecho, como si las palabras de ella hubieran aliviado un poco del peso que cargaba.

Kira respondió con una sonrisa más amplia, una que iluminó su rostro a pesar de las cicatrices.

—Siempre, Aiden. Estamos juntos en esto, no lo olvides.

La habitación seguía siendo la misma, gris y opresiva, pero en ese momento, al menos para Aiden, el ambiente parecía un poco menos sofocante. Kira tenía razón: mientras se tuvieran unos a otros, aún había algo por lo que luchar.

Las luces fluorescentes parpadearon dos veces antes de apagarse por completo, sumiendo la habitación en una oscuridad absoluta. Era la señal que conocían demasiado bien: el final de otro día infernal, y el inicio de unas pocas horas de sueño inquieto. Las colchonetas a ras del suelo eran frías y delgadas, pero se habían convertido en el único refugio que les quedaba. Aiden, Kira, Raiden, y los demás se dirigieron en silencio hacia sus respectivas colchonetas, el cansancio pesando sobre ellos como una losa.

Aiden se tumbó de lado, sintiendo la dureza del suelo a través del fino material de la colchoneta. Sus pensamientos giraban en espiral, repasando una y otra vez los detalles de su plan, buscando alguna fisura, algo que pudiera usar a su favor. Pero por mucho que lo intentara, el agotamiento físico y mental finalmente lo venció. Cerró los ojos, intentando acallar las voces en su cabeza y dejar que el sueño lo reclamara.

Kira, acostada cerca de él, murmuró algo apenas audible, una oración o un mantra personal, algo para calmar sus propios demonios. Su presencia, aunque silenciosa, era un consuelo para Aiden. Sentirla cerca le recordaba que, a pesar de todo, no estaba solo. Pero la paz que él tanto necesitaba era efímera, y el sonido distante de las puertas metálicas al cerrarse retumbaba en su mente, un cruel recordatorio de la prisión en la que estaban atrapados.

La noche transcurrió lentamente, y aunque todos dormían, sus sueños estaban plagados de sombras y recuerdos que preferirían olvidar. Ninguno de ellos descansaba verdaderamente; solo sobrevivían a otra noche más, esperando con temor lo que traerían las primeras luces del día.

Finalmente, un zumbido eléctrico anunció el encendido de las luces. Era un despertar brusco y desagradable, que les hacía abrir los ojos y enfrentarse a la dura realidad de inmediato. Aiden se incorporó lentamente, sintiendo cómo los músculos de su cuerpo protestaban por el maltrato constante al que eran sometidos. Alrededor de él, los otros niños también se despertaban, con los rostros pálidos y los ojos cansados.

Ninguno de ellos necesitaba hablar para saber lo que les esperaba. Los guardias llegarían pronto, y con ellos, los científicos que los arrastrarían una vez más hacia las cámaras de tortura disfrazadas de laboratorios.

Lucia fue la primera en ser llevada. Los guardias entraron sin mediar palabra, y con un gesto brusco, la hicieron levantarse. Ella no opuso resistencia, pero Aiden notó el temblor en sus manos mientras se alejaba. Lucia, junto a Adela, sería sometida a la presión mental, esos experimentos que las empujaban al borde de la cordura. Aiden odiaba esos días, cuando las veía regresar con los ojos vacíos, demasiado aturdidas como para hablar.

Poco después, Raiden y Verónica fueron los siguientes. Los guardias les lanzaron órdenes cortantes mientras los sacaban de la habitación, llevándolos a la sala donde exigirían todo lo que sus cuerpos pudieran dar y más. Raiden era fuerte, pero incluso él tenía un límite, y cada día parecía estar más cerca de alcanzarlo. Aiden observó cómo se iba, con los hombros tensos y la mandíbula apretada, consciente de que lo esperaba un dolor que ni siquiera podía imaginar.

Kira se quedó junto a Aiden, sabiendo que ella sería la siguiente. La angustia era visible en sus ojos azules, pero la ocultaba bajo una expresión serena, como si estuviera dispuesta a afrontar cualquier cosa que le lanzaran. Cuando los guardias entraron de nuevo, Kira les dirigió una última mirada a Aiden y a los demás, sonriendo débilmente antes de ser conducida fuera de la habitación. Las pruebas médicas eran su castigo personal, una serie interminable de experimentos que la dejaban cada vez más marcada, pero Kira se enfrentaba a ello con una valentía que Aiden solo podía admirar en silencio.

Finalmente, se quedó solo. El eco de las pisadas de los guardias resonaba en el pasillo, acercándose cada vez más hasta que, por fin, la puerta se abrió una vez más. Aiden no esperó a que lo llamaran; se levantó y caminó hacia ellos con la cabeza alta, preparándose para lo que vendría. Sabía que su turno estaba cerca, que lo arrastrarían hacia la última ronda de tortura, donde intentarían doblegar su cuerpo y su mente con otro suero, otra ronda de pruebas que lo transformarían aún más.

Mientras los guardias lo escoltaban fuera de la habitación, Aiden cerró los ojos por un momento, permitiéndose un último pensamiento de calma. Sabía que tenía que resistir, por él y por los demás. Su plan aún estaba en marcha, y aunque el día acababa de comenzar, su mente ya estaba maquinando la forma de sobrevivir a otro día más en aquel infierno.

Los guardias lo arrastraban por el frío pasillo, sus botas resonando contra el suelo de metal con un ritmo monótono y amenazante. Aiden caminaba en silencio, manteniendo su mirada fija en el frente, intentando ignorar el temor que crecía en su pecho. Había aprendido a controlar su respiración, a mantenerse en calma cuando todo a su alrededor intentaba quebrarlo. Pero a medida que avanzaban, sus ojos captaron visiones fugaces a través de las ventanas de vidrio que bordeaban el corredor, y esa calma cuidadosamente construida comenzó a resquebrajarse.

La primera ventana mostraba a Lucia y Adela, sentadas en sillas metálicas con correas que inmovilizaban sus brazos y piernas. Ambas tenían electrodos conectados a sus sienes y las muñecas, atadas a una máquina que emitía un leve zumbido. Frente a ellas, una pantalla enorme proyectaba imágenes macabras: personas y animales siendo brutalmente descuartizados, sus gritos resonando en la habitación como ecos de un infierno insondable. Aiden sintió un nudo en el estómago al ver cómo Lucia apartaba la mirada, sus ojos llenos de horror, solo para recibir una descarga eléctrica que la hizo retorcerse de dolor. Adela intentaba mantener la mirada fija en la pantalla, pero el terror en su rostro era palpable, sus labios temblaban y lágrimas caían por sus mejillas mientras intentaba no ceder al instinto de cerrar los ojos. Aiden apretó los puños, impotente, sabiendo que cada vez que ellas parpadeaban, el sufrimiento solo aumentaba.

Los guardias no se detuvieron, empujándolo hacia adelante hasta que llegaron a la siguiente ventana. Allí, Aiden vio a Raiden y Verónica, ambos sudando profusamente mientras intentaban levantar pesas que ningún niño debería siquiera intentar alzar. La pastilla que les habían obligado a tomar antes de empezar los había llenado de una energía artificial, pero Aiden podía ver cómo sus cuerpos temblaban bajo la presión, los músculos al borde de desgarrarse. Raiden, con los dientes apretados y el rostro contraído en una mueca de esfuerzo, parecía estar al límite de sus capacidades. Verónica, aunque más pequeña, no se quedaba atrás, forzando cada fibra de su ser para seguir adelante. Aiden sabía que el objetivo de los experimentos no era fortalecerlos, si no romperlos, llevarlos hasta un punto de no retorno donde sus cuerpos ya no pudieran seguir funcionando correctamente.

Cuando lo empujaron hacia la siguiente ventana, Aiden se encontró frente a una puerta cerrada, pero el sonido que emanaba desde dentro era inconfundible. Era el rugido inhumano de una sierra eléctrica, mezclado con gritos desgarradores. Kira. Aiden no podía verla, pero los gritos eran inconfundibles. El eco de su dolor resonaba por los pasillos, y Aiden sintió una oleada de rabia y desesperación. Los científicos jugaban con el cuerpo de Kira, llevándola al límite de lo soportable, cortando y reparando, experimentando con su carne como si fuera un mero objeto. El hecho de no poder verla solo hacía que la escena fuera más aterradora, su imaginación llenando los vacíos con imágenes horribles.

Aiden sintió que las piernas casi le fallaban, pero se obligó a mantenerse firme. Sabía que no podía hacer nada en ese momento para ayudarlos, pero esas visiones se quedarían grabadas en su mente, un recordatorio constante de por qué tenía que seguir adelante con su plan, por qué no podía permitirse fallar. Mientras los guardias lo empujaban hacia la sala donde lo esperaban sus propios horrores, Aiden se prometió que, de alguna manera, encontraría la forma de acabar con aquel infierno. No importaba cuánto tuviera que sufrir; salvaría a los demás, o moriría intentándolo.

Los guardias finalmente empujaron a Aiden dentro de la sala de experimentos, un espacio frío y estéril iluminado por la luz blanca y dura de los fluorescentes. Aiden apenas tuvo tiempo de observar su entorno antes de que lo forzaran a sentarse en una silla de metal, cuyas correas automáticas se cerraron de inmediato alrededor de sus muñecas, tobillos y pecho, dejándolo completamente inmóvil. La silla estaba equipada con un sinfín de mecanismos que Aiden había aprendido a temer; cada vez que se sentaba en ella, se preguntaba qué clase de tortura nueva habían ideado los científicos.

Frente a él, una mesa de metal contenía una serie de jeringas, frascos de suero, y lo que parecían ser varios tipos de vías intravenosas. Esta vez, sin embargo, eran más de lo normal. Un equipo de científicos se movía alrededor de la sala, sus rostros ocultos tras gruesas mascarillas quirúrgicas y gafas protectoras, sus cuerpos envueltos en trajes blancos que los hacían parecer espectros inhumanos.

Aiden observó cómo uno de los científicos preparaba una serie de jeringas más grandes de lo habitual, llenas de un líquido espeso y de un color púrpura oscuro que parecía casi negro bajo la luz.

—Vaya, veo que hoy estamos en plan creativo. —Dijo Aiden, intentando mantener un tono despreocupado. —¿Qué será esta vez? ¿Ponerme una cola de lagarto o algo por el estilo?

Uno de los científicos, aparentemente el encargado del procedimiento, dejó escapar un leve resoplido de diversión detrás de su máscara, pero no se molestó en responder inmediatamente. En su lugar, se acercó a Aiden con una bandeja llena de equipos intravenosos, y con una frialdad metódica, comenzó a insertar varias vías en los brazos del niño, más de las que normalmente usaban.

—Hoy no será una simple prueba. —Dijo finalmente el científico, su voz apagada por la máscara pero lo suficientemente clara como para que Aiden la escuchara. —Hoy vamos a administrarte un suero muy especial. Una fórmula que, si funciona como esperamos, te hará inmune a todas las enfermedades conocidas. Además, aumentará enormemente tu esperanza de vida. Es un avance revolucionario, el tipo de tratamiento que las personas pagarían millones por recibir… si alguna vez se enteraran de su existencia.

Aiden sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Sabía que esos procedimientos nunca eran tan "revolucionarios" como los científicos afirmaban. Siempre había efectos secundarios, y ninguno de ellos era bueno.

—Así que… me vais a hacer inmortal ¿Eh? —Dijo Aiden, forzando una sonrisa sarcástica. —¿Eso significa que también tendré que soportar vuestras caras durante toda la eternidad?

El científico no se molestó en responder. En su lugar, ajustó las últimas conexiones y asintió a sus colegas, quienes empezaron a manipular una serie de monitores y máquinas que rodeaban la silla. Un sonido mecánico, similar al de un compresor, comenzó a llenar la sala cuando el suero fue liberado lentamente en las vías conectadas a Aiden.

En cuanto el líquido comenzó a fluir por sus venas, Aiden sintió un ardor abrasador que se extendía desde los puntos de inyección hacia todo su cuerpo. Al principio, era solo una molestia, pero pronto el dolor se volvió insoportable, como si cada célula de su cuerpo estuviera siendo incendiada desde dentro. Apretó los dientes, tratando de no gritar, pero el dolor era tan intenso que se arqueó en la silla, los músculos de su cuerpo temblando violentamente mientras intentaba soltarse de las correas que lo mantenían sujeto.

—Estás haciendo historia, Aiden. —Dijo uno de los científicos con voz monótona, mientras lo observaba con detenimiento. —Este suero te transformará, te llevará más allá de los límites humanos.

Pero para Aiden, esas palabras eran solo ruido de fondo. Todo lo que podía sentir era ese fuego incontrolable, como si su sangre se hubiera convertido en ácido. Sus gritos, que al principio eran contenibles, se convirtieron en alaridos desgarradores que resonaban en las paredes de la sala.

A medida que el suero se distribuía por su cuerpo, Aiden sintió como si su conciencia comenzara a fragmentarse, perdiendo la noción del tiempo y del espacio. Cada segundo era una eternidad de sufrimiento. Y entonces, algo más comenzó a suceder. Sus ojos, que antes estaban cerrados con fuerza por el dolor, se abrieron de golpe. La visión se le nubló por un instante, pero cuando la claridad volvió, lo hizo con una extraña y perturbadora nitidez.

Los científicos, que observaban atentamente las reacciones de Aiden, intercambiaron miradas cuando notaron el cambio. Los ojos de Aiden, antes de un marrón claro, ahora brillaban con un intenso color rojo, un brillo casi sobrenatural que no dejaba lugar a dudas: el suero estaba surtiendo efecto.

Aiden sintió cómo el dolor comenzaba a disminuir, pero no desapareció del todo. Se convirtió en una especie de vibración constante, una energía que corría por su cuerpo y lo mantenía despierto, alerta. Podía sentir cada latido de su corazón con una intensidad desconocida, cada respiración era más profunda, más completa. Pero esa nueva claridad también trajo consigo una comprensión escalofriante: ya no era el mismo. Algo dentro de él había cambiado para siempre.

—Excelente… —Murmuró uno de los científicos, observando con fascinación. —Los ojos... parece que el suero ha desencadenado una reacción genética. Este es solo el comienzo.

Pero Aiden no compartía su entusiasmo. Sabía que cualquier cambio que hubieran logrado en su cuerpo no era un regalo, sino una maldición. Y mientras la máquina seguía bombeando el suero en sus venas, supo que tendría que encontrar la forma de usar esa "bendición" en su contra. La sensación de poder que ahora fluía en él sería su arma más peligrosa, siempre y cuando pudiera controlarla.

Las puertas de la habitación se abrieron con un chirrido metálico, y los guardias empujaron a Aiden dentro, su cuerpo aún temblando por el efecto del suero. Los otros niños ya estaban allí, cada uno en su lugar habitual, esperando la llegada del siguiente en la fila de pruebas.

Adela y Lucia estaban sentadas en un rincón, sus rostros palidecidos y sus ojos aún reflejando el horror que acababan de experimentar. Adela tenía el cuerpo encorvado, sus manos temblorosas cubriendo parcialmente su rostro, tratando de bloquear las imágenes macabras que aún rondaban su mente. Lucia, a su lado, miraba fijamente al suelo, sus lágrimas secas en las mejillas y una expresión de desgarrador pánico en los ojos. Las sombras bajo sus ojos hablaban de noches sin dormir, de una mente atormentada por visiones crueles.

Raiden y Verónica estaban en el centro de la habitación, ambos exhaustos, sus cuerpos apenas capaces de sostenerse. Raiden estaba acostado sobre una colchoneta, su pecho subiendo y bajando con dificultad, sus músculos marcados por el dolor y el agotamiento. Verónica, a su lado, se mantenía en una posición fetal, con las manos masajeando sus propios hombros, tratando de calmar el dolor que aún latía en cada fibra de su ser. La pastilla de antes había hecho que sus músculos se inflaran temporalmente, pero a costa de un dolor intenso que ahora les estaba cobrando su precio.

Kira se encontraba en una esquina de la habitación, abrazando sus piernas contra el pecho. Sus ojos, aún enrojecidos por las lágrimas, estaban fijos en el suelo mientras trataba de recobrar su compostura. La sierra eléctrica había dejado sus huellas en ella, aunque el dolor físico era apenas una parte del tormento que había soportado. A pesar de los gritos que la habían torturado, intentaba encontrar una forma de volver a sonreír, de infundir algo de esperanza en un lugar donde la desesperanza parecía haberse asentado permanentemente.

Cuando Aiden entró, todos los presentes levantaron la vista hacia él, sus miradas reflejando una mezcla de reconocimiento y preocupación. Sabían que, aunque él había sido el último en regresar, no significaba que su llegada marcara el final de la jornada. Al contrario, el estado en el que lo vieron les decía que la tortura había sido particularmente dura.

Aiden, aunque todavía luchando con las secuelas del suero, intentó sonreír para darles algo de ánimo. Pero la sonrisa se le desvaneció rápidamente, pues el dolor interno y el ardor en su cuerpo le impedían mantener una expresión genuinamente alegre. Sin embargo, trató de forzar una expresión que fuera reconfortante.

—Parece que no hemos ganado el premio mayor hoy. —Dijo con un tono de broma forzada, intentando aligerar el ambiente.

Raiden levantó la cabeza lentamente, sus ojos cansados enfocándose en Aiden. Un susurro de reconocimiento cruzó su rostro antes de volver a cerrarlo, resignado a la incomodidad de su propio estado.

—Al menos... ya estamos juntos de nuevo. —Murmuró Verónica, su voz casi inaudible pero cargada de la misma desesperanza que dominaba la habitación.

Lucia levantó la vista por un momento, sus ojos vacíos y sin vida, pero los llenó con una pequeña chispa de comprensión al ver a Aiden. Adela apenas levantó la cabeza, pero el simple hecho de ver a sus amigos la hacía sentir un poco menos sola en su horror.

Kira, aunque estaba abrazada a sus piernas, levantó la vista y trató de sonreír. Era una sonrisa pequeña, debilitada por el dolor y el cansancio, pero era un intento valiente de mantener viva la chispa de esperanza que todos necesitaban. Sabía que, si ella no mantenía la fe, sería aún más difícil para los demás hacerlo.

Aiden se acercó a ella, notando el esfuerzo que hacía por recomponerse. Se sentó a su lado, consciente de cómo su propio estado no podía hacer mucho para mejorar la situación, pero queriendo al menos estar allí para sus amigos. A pesar de la tormenta interna que sentía, intentó transmitirles una sensación de unidad, de que, a pesar del dolor, todavía podían encontrar fuerza en su conexión.

La habitación, a pesar de la presencia de sus amigos, seguía siendo un lugar de desesperanza y sufrimiento. Pero en medio de todo, en la simple presencia de unos a otros, había un pequeño resquicio de consuelo que los mantenía juntos. Aiden sabía que, aunque la situación era crítica, el mantenerse unidos era la única forma de mantener viva la esperanza de un día mejor.

El "recreo" de los niños en la habitación no era realmente un descanso, sino más bien un breve interludio en su tormento. Las horas de tortura se intercalaban con estos momentos de inactividad, donde podían sentarse en las colchonetas y tratar de recomponerse. Sin embargo, para Aiden, este tiempo también era una oportunidad para espiar y buscar cualquier información que pudiera ayudar en su plan de escape.

En la esquina más alejada de la habitación, donde el sonido del constante zumbido de las máquinas y el eco de los gritos eran menos intensos, Aiden se acercó sigilosamente a la puerta. Sabía que, al igual que en cada "recreo", había una pequeña ventana en la que podía escuchar conversaciones de los guardias que se encontraban en el pasillo. Sin hacer ruido, se agachó y colocó su oído contra la fría superficie metálica de la puerta.

En el pasillo, se escuchaban murmullos de los guardias hablando sobre sus rutinas y el relevo. Aiden, acostumbrado a estos intercambios, escuchó cómo mencionaban que la puerta estaría sin vigilancia durante unos minutos, justo cuando el equipo de guardias se preparaba para el cambio de turno. Era una pequeña ventana de oportunidad, pero significaba que tenía que actuar rápidamente cuando llegara el momento.

De repente, el murmullo cambió. Aiden pudo captar fragmentos de una conversación más urgente y técnica. Los científicos estaban discutiendo sobre el suero que le habían administrado. Las palabras que llegaban hasta él eran inquietantes y reveladoras.

—Necesitamos más sangre de Aiden para replicar el resultado. —Decía una voz, cargada de ansiedad y emoción contenida. —Los análisis deben determinar si el suero es efectivo solo con su código genético o si es una fórmula universal.

—Estamos al límite. —Respondió otro. —Si resulta ser efectivo de manera general, podríamos tener un avance significativo. No solo para tratamientos médicos, sino también como un potencial armamento militar. Imagina las posibilidades si podemos vender esto a los gobiernos.

El corazón de Aiden se aceleró. Las implicaciones eran horribles. Sabía que si este suero caía en manos equivocadas, podría ser utilizado para crear soldados superhumanos, una idea que lo aterrorizaba. Las posibilidades de que este avance se convirtiera en un arma de destrucción masiva eran demasiado reales. No podía permitir que esto sucediera.

Mientras los científicos seguían hablando, Aiden comenzó a formular un plan en su mente. Sabía que tenía que aprovechar el tiempo sin vigilancia para hacer algo. Necesitaba asegurarse de que su escape no solo fuera exitoso para él y sus amigos, sino que también evitara que esta tecnología cayera en manos que pudieran usarla para fines destructivos.

El momento crucial se acercaba rápidamente. Aiden esperaba el momento exacto cuando los guardias cambiaran de turno, manteniendo el oído aguzado para detectar cualquier cambio en el sonido en el pasillo. Con cada palabra que escuchaba, la urgencia de su misión se hacía más clara. No solo debía escapar; debía destruir cualquier evidencia del suero, asegurarse de que esos científicos no pudieran continuar con su siniestro trabajo.

Cuando el ruido en el pasillo comenzó a indicar que los guardias estaban por entrar en su etapa de relevo, Aiden se movió con rapidez. Se acercó a la puerta y observó a través de la rendija, esperando el momento preciso. La oportunidad era breve, pero con la información que había recolectado y la determinación de evitar que el suero se convirtiera en un arma, estaba más decidido que nunca.

Una vez que la puerta se quedó sin vigilancia, Aiden se acercó sigilosamente y empezó a trabajar en la cerradura, usando lo que podía de los objetos que tenía a su disposición. Su mente estaba centrada en una sola meta: escapar con sus amigos y evitar que el suero, con todo su potencial destructivo, se usara para propósitos inimaginables.

El tiempo estaba en contra de él, pero la desesperación por salvar a sus amigos y evitar una catástrofe mayor le daba una claridad y una velocidad que nunca había conocido. Cada segundo contaba, y con cada movimiento, Aiden sabía que estaba un paso más cerca de lograr lo impensable.

El tiempo sin vigilancia era breve, pero Aiden estaba listo. Con una rapidez calculada, se giró hacia sus amigos, que estaban sentados en las colchonetas, intentando hacer pasar el tiempo. El brillo en sus ojos no dejaba lugar a dudas: había encontrado una oportunidad, y esta vez no podía dejarla pasar.

—¡Escuchad! —Comenzó Aiden, su voz urgente pero controlada. —He oído a los científicos hablar. El suero que me dieron no solo me cambia a mí; podrían usarlo para crear algo terrible, algo que podría ser vendido como un arma. Tenemos que salir de aquí y destruir cualquier evidencia antes de que sea demasiado tarde.

Adela y Lucia se miraron, el miedo y la determinación luchando en sus rostros. Kira, aún abrazada a sus piernas, levantó la vista con una chispa de esperanza. Raiden y Verónica, a pesar de su agotamiento, se prepararon rápidamente. Aiden les explicó el plan con rapidez: usarían el tiempo sin vigilancia para forzar la puerta y acceder a la sala médica, donde recogerían todo lo que pudieran usar para crear distracciones y obstáculos.

Raiden y Verónica se levantaron con una fuerza renovada, a pesar de su evidente cansancio. Se dirigieron hacia la puerta y comenzaron a trabajar en ella con todas sus fuerzas. Aiden los observaba, su corazón latiendo con fuerza mientras los guardias del pasillo volvían a entrar y salir, ajenos a la fuga que estaba a punto de suceder.

—¡Ahora! —Gritó Aiden cuando escuchó el crujido de la puerta cediendo. La cerradura finalmente cedió bajo la presión de Raiden y Verónica, y la puerta se abrió con un chirrido, revelando el pasillo exterior.

Con rapidez, el grupo se movió hacia la sala médica. Aiden y los demás entraron en el pequeño laboratorio, buscando frenéticamente cualquier cosa que pudieran usar. Tomaron frascos de productos químicos y equipos médicos que podrían causar explosiones o incendios. Verónica recogió un par de frascos de líquidos inflamables, mientras Raiden y Aiden empacaban todo lo que parecía útil en una mochila improvisada.

Al salir de la sala médica, un sonido agudo y metálico resonó en el pasillo. Un grupo de guardias armados había llegado, alertados por el ruido de la ruptura de la puerta. Aiden vio cómo se preparaban para actuar y entendió que el tiempo se había agotado.

—¡Rápido, corred! —Ordenó Aiden.

El grupo se lanzó al pasillo, corriendo a través de las sombras y girando en las esquinas con desesperación. La estructura del complejo era un laberinto de pasillos y escaleras, y sin un plan claro para seguir, tomaron bifurcaciones al azar, siempre buscando escaleras que los llevaran hacia arriba. La escalera era una ruta que los llevaría más cerca de la superficie y, con suerte, a una posible salida.

Mientras corrían, las voces de los guardias resonaban por el pasillo, acercándose cada vez más. Aiden podía escuchar los pasos pesados y los gritos de los guardias mientras se movían para interceptarlos. Sin embargo, el grupo estaba motivado por la urgencia de su situación y la posibilidad de libertad.

A medida que subían por las escaleras, el sudor les corría por la frente y el corazón les latía con fuerza. Los gritos de los guardias se mezclaban con los sonidos de sus propias respiraciones agónicas. Cada giro de esquina y cada escalón que subían parecía una pequeña victoria en su lucha por escapar.

Aiden y su grupo corrían a toda prisa por el pasillo, sus pasos resonando en la estructura vacía. Los gritos de los guardias y el sonido de pasos apresurados seguían de cerca, pero lograron despistarlos al tomar un giro inesperado. La primera planta del edificio se extendía ante ellos, un terreno más familiar pero aún lleno de peligros.

Aiden, con el aliento entrecortado, miró a su alrededor y notó una ventana cerca de un conducto de ventilación. La luz de afuera prometía una salida, pero también una nueva amenaza: el conducto parecía ser una ruta por donde podrían lanzar los productos inflamables que habían robado, creando una distracción que podría incendiar el edificio.

—¡Tenemos que salir por esa ventana y usar el conducto para iniciar el incendio! —Exclamó Aiden, señalando el punto de escape. —Es la única manera de asegurarnos de que el complejo quede inutilizado y los científicos no puedan continuar con su trabajo.

Raiden, exhausto y frustrado, negó con la cabeza.

—Eso es una locura. Lo último que necesitamos es iniciar un incendio. Hay otras maneras de escapar. ¡Deberíamos bajar a la planta baja y buscar otra salida!

—¡No tenemos tiempo para discutir! —Dijo Aiden con firmeza, su voz cargada de urgencia. —Si no hacemos esto ahora, nos atraparán, y todos nuestros esfuerzos habrán sido en vano.

Verónica y Adela miraban nerviosas, sin saber a quién seguir. Kira, con una expresión de determinación en su rostro, trataba de calmar la situación.

La tensión en la primera planta era palpable mientras Aiden y sus amigos se debatían entre las opciones. La decisión sobre cómo escapar se volvía más crítica con cada segundo que pasaba. Finalmente, con una determinación desgarradora, Kira tomó la palabra.

—No hay tiempo para más discusiones. —Dijo Kira, su voz temblando pero decidida. —Voy a seguir el plan de Aiden. Ustedes salten por la ventana, yo me encargaré de los productos inflamables.

Aiden, aunque con el corazón pesado, asintió con gratitud. Raiden, visiblemente frustrado, seguía queriendo buscar otra salida, pero la autoridad en la decisión de Kira era innegable. Aiden y los demás se acercaron a la ventana, listos para saltar. Kira, con una expresión de valentía, se quedó en el borde, esperando el momento adecuado para ejecutar el plan.

Aiden y el grupo, finalmente en el seto, vieron a Kira desde abajo, lista para ejecutar su parte del plan. La angustia de la decisión aún pesaba en el aire, pero Kira, con una determinación feroz, estaba decidida a cumplir con su misión.

—¡Ahora! —Ordenó Aiden mientras veía a Kira prepararse para lanzar los productos inflamables en el conducto.

Kira, con una última mirada hacia Aiden y los demás, lanzó los frascos con un impulso decidido hacia el conducto de ventilación. Los líquidos inflamables se derramaron, comenzando a esparcirse y a formar una mezcla peligrosa que, con suerte, provocaría un incendio significativo.

Justo cuando Kira comenzó a girarse para escapar, el sonido metálico de un disparo rompió el aire. Un guardia había aparecido de repente en el pasillo. Kira, sorprendida y en el proceso de escapar, fue alcanzada por la bala. El impacto la hizo tambalear, su cuerpo cayendo al suelo mientras el guardia se acercaba rápidamente.

—¡Kira, no! —Gritó Aiden, su voz llena de desesperación mientras observaba la escena desde el seto.

Kira, a pesar del dolor, intentó levantarse y huir, pero el disparo había dejado una herida grave que le impedía moverse con rapidez. Su esfuerzo por escapar se desvaneció mientras el guardia se acercaba, con una expresión de determinación en su rostro. Aiden y Raiden vieron impotentes desde abajo.

Con el conducto lleno de líquidos inflamables, el fuego comenzó a propagarse rápidamente dentro del edificio. Las llamas se extendieron, el humo se alzó y el caos se desató en el complejo. El edificio, ahora envuelto en una nube de humo y llamas, se convirtió en un infierno de destrucción.

Kira, tumbada en el suelo, miró hacia el fuego que se extendía, sabiendo que su misión estaba cumplida, aunque no había logrado escapar. Sus ojos se encontraron con los de Aiden y Raiden, una última expresión de sacrificio y determinación en su rostro. El fuego comenzó a consumir el edificio a un ritmo alarmante, el humo llenando los pasillos.

Aiden, con lágrimas en los ojos, vio cómo el edificio comenzaba a arder desde el exterior. La pérdida de Kira fue devastadora, y la culpabilidad de no haber podido salvarla se apoderó de él. Raiden, igualmente afectado, se sintió hundido por el peso de su decisión y la culpa de no haber seguido el plan.

Lucia, Adela y Ethan estaban en estado de shock, observando desde una distancia segura mientras el edificio se llenaba de humo y llamas. La muerte de Kira y el sacrificio que había hecho para asegurar su escape dejaba una profunda tristeza y una sensación de pérdida en todos ellos.

Mientras el fuego rugía en el complejo y el humo se alzaba hacia el cielo, el grupo se alejó del lugar, sus corazones pesados por el dolor de la pérdida de Kira. Aunque habían logrado escapar y destruir parte del complejo, el sacrificio de su amiga marcaba una herida que llevarían con ellos.

Con el edificio en llamas detrás de ellos y la noche oscura delante, el grupo avanzó, cada paso lleno de una mezcla de tristeza y determinación. La memoria de Kira, su valentía y sacrificio, les daría fuerza para continuar, aunque el camino hacia la libertad estaba lleno de incertidumbres y desafíos.