No salí en todo el día.
Me sentía horrible, física y mentalmente.
Puse seguro a la puerta, no contesté a nadie que me estuviera llamando y cerré todas las ventanas y puertas al balcón. Hice un peculiar fuerte de almohadas y cobijas sobre mi cama y descansé todo el día.
Al menos lo que por definición sería descansar, porque en realidad estaba sufriendo en cama. Continuamente tenía esa sensación de desvanecerme y estar a punto de morir, pero un paso por el frasco del líquido desconocido que me había dado mi madre era suficiente para seguir manteniendome cuerda y racional.
Eso sí, la locura del día se enfocó en ver la hora en mi reloj.
Las manecillas parecían estar congeladas en el tiempo con lo lento que avanzaban. Estaba hiper enfocada en ver la hora cada que despertaba, cada 10 minutos.
A la medianoche.
La voz del taur seguía repitiéndose en mi cabeza como una oración, una promesa.
No sé por qué estaba desesperada porque llegara la hora, pero lo estaba. Una intensa necesidad de cumplir sus deseos, obedecer.
No me sentía yo misma durante el día y solo trabajaba en dos formas; inconsciente o en pánico.
Caminé un maratón solo dando vueltas de un lado al otro en mi habitación. Me cansaba hasta el punto de sentirme exahusta y con capacidad de descansar efectivamente, pero apenas lo lograba, tenía esos episodios de dormir y despertar cada pocos minutos.
Llegué a bañarme con agua fría y solo por los primeros tres minutos me sentí mejor... Después volvía el calor y sentía como si mi cuerpo fuera otra vez un horno.
Y por encima de todos los pensamientos que me atormentaban, estaba la medianoche.
Fue un suplicio esperar, pero eventualmente llegó la hora y tenía que salir de ahí.
Como si hubiera descansado todo el día, de repente la perspectiva de salir corriendo a ver al taur y averiguar qué es lo que quería decir era urgente. Podía salir corriendo y aún así no terminaría con tanta energía acumulada que sentía.
Me puse la capa negra encima de mi pijama, sin importarme cómo es que me veía. Apenas alcancé a ponerme zapatillas cuando me apresuré a la puerta, pero un sonido detrás de ellas me hizo detenerme en seco antes de agarrar la perilla.
—...apenas despierte, ¿Escucharon? No permitan que salga.
Fue la voz de mi madre y parecía estar hablando con alguien. Bajé la mirada al minúsculo hueco entre la puerta y el suelo y me agaché a ver la luz por debajo. Había dos pies a cada lado de mi puerta, y un par más alejados que sin duda alguna pertenecían a mi madre por ser zapatillas con tacones.
Había puesto guardias en mi puerta.
¿Qué demonios?
Mi madre definitivamente sabía que me había fugado a ver al taur anoche. ¿Me habría seguido? ¿Me estaba vigilando desde que me enojé con ellos por su absurdo compromiso? ¿Sabían ya todo los dos o solo ella?
Me alejé de la puerta con hielo en la sangre. Estaba acabada. Ya no podría ni siquiera salir sin un espía o un guardia aún después de los 21. Ya no podría hablar. Me amenazarían con él. Lo matarían por mi culpa.
Volteé a ver al reloj y la hora marcaba 10 minutos antes de la media noche. Se me estaba acabando el tiempo.
¿Y si huía con él?
La locura de una mente desesperada no conocia límites.
Abrí una puerta del balcon y la luz de la luna iluminó los jardines justo en la dirección donde iba.
Vi el suelo más abajo y por alguna razón decidí que no estaba tan lejos. No me pasaría nada si saltaba...
No seas idiota, si te rompes un pie, ni siquiera vas a poder correr después, aunque sobrevivas.
Busqué un camino. Una forma de bajar. Pensé en amarrar las sábanas y hacer una cuerda como en mis libros de romance, pero parece que no era ni necesario y tan dramático.
Al lado de mi balcón había una jardinera de pared con varias plantas trepadoras enredadas en ella. Básicamente una escalera hacia la libertad.
La probé moviendola un poco y no parecía del todo firme, pero no estaba demasiado pesada y no estaba tan arriba...
Sin pensarlo dos veces por desesperada, empecé a bajar por ahí. Aquella cosa temblaba tanto como yo en mi adrenalina, pero por lo menos fue bastante sólida por el inicio del descenso.
Sin embargo, justo en los últimos pasos, decidí saltar y accidentalmente mi palma se rasgó con un pedazo de madera que saltó por el brusco movimiento. Sentí el calor de la sangre y casi grito por ello, pero me aguanté el dolor mordiéndome los labios. Había sido una fea cortada y la sangre fue bastante.
No lo pensé dos veces al arrancarme un pedazo del vestido y envolver la herida con eso, pero no me detuve mucho tiempo.
Me fijé a todos lados buscando guardias que hubieran escuchado algo, pero estaba tranquilo. Y al confirmar aquello, salí disparada al lugar que me dijo el esclavo.
El primer lugar donde me escondí... La bodega de la caballeriza.
No sé por qué ahí. ¿No sé suponía que el taur estaba encerrado? Aunque quizás había escondido algo ahí, o encontraría lo que buscaba en ese lugar.
No lo había pensado por el estado de mi mente durante el día, pero nada de eso tenía sentido.
De cualquier manera, llegué sin falta. Tan rápido que fuera lo que fuera que iba a llegar, no lo había hecho. No había nadie más que yo.
Había estado ligeramente emocionada por pensar en verlo de nuevo, pero ahí dentro fue que la racionalidad derribó la puerta de mi cerebro y me hizo preguntarme cómo y por qué estaría ahí, si no era posible.
—No tienes nada de instinto de supervivencia, gatita. ¿Corres directamente hacia el monstruo?
La voz acarició mis sentidos, los cuales estaban más alerta que nunca.
Del rincón más oscuro, una enorme sombra abrió los ojos, revelando la presencia del quentaur que caminó hacia la tenue luz de la luna.
Varias emociones y pensamientos pasaron por mi cabeza en esos instantes, pero ninguno de ellos lograba darle explicación a la situación. ¿Cómo es que estaba ahí? ¿Había escapado? ¿Sonaría la alarma entre los guardias? ¿Qué quería decirme? Pero un pensamiento resaltaba y estaba ligado a mi temporalmente desconocida situación húmeda entre mis piernas.
¿Por qué me ponía feliz verlo?
—¿Cuál es tu nombre? —Rogué ignorando el resto de preguntas que podía hacerle. Esa pregunta me había carcomido la cabeza en el día tan duro que había pasado hoy. Era algo absurdo, pero era lo principal que quería saber.
No respondió, pero en cambio sus ojos viajaron de mi cabeza hacia mis pies, lo que me mandó cosquilleos en la zona íntima. Me sentía la presa frente a un depredador por una vez.
No detuvo su avance hacia mi y yo me quedé quieta, temblando ligeramente.
Cuando estuvo justo enfrente, tuve que levantar la vista con el cuello doblado. Realmente que era alto y grande...
—¿No tienes miedo? —Pude ver en sus ojos que la fina linea de su pupila se dilató ligeramente.
Respondiendo a su pregunta, descubrí que no. No entendía por qué, pero el taur me provocaba muchas cosas... Pero ahora mismo, el miedo no era una de ellas.
—No. —No hubo duda en mis palabras... Pero si un exrraño anhelo. —¿Debería?
Su pupila tembló en sus ojos; se contraía y dilataba, el único delator de los pensamientos que le cruzaban.
—Sí. —Fue su respuesta, pero no me la creí para nada.
—¿Qué me está pasando? —Decidí preguntar por fin, sintiendo temblar mi cuerpo nuevamente. —¿Por qué viniste?
Sentí entonces el impulso de estirar la mano hacia él, con la necesidad de tocarlo y sentirlo de nuevo. Aún recordaba la sensación de su piel contra mis dedos y no pude resistir la tentación. Pero antes de poder tocarlo, él atrapó mi mano por la muñeca y la alejó de él.
Se me salió un quejido de dolor; no por su brusquedad, sino porque era mi mano herida. Esa sensación fue como mandar una parte humana a mi cabeza, porque me hizo pensar en lo peligroso que era en realidad todo eso.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué estaba ahí con él?
Pero no intenté zafarme y en cambio ví confundida su reacción. Veía mi herida con fijación. Estaba apretando la mandíbula con fuerza y sentí de repente que su agarre aumentó en fuerza. Empezó a doler de verdad e intenté por fin jalarla hacia mi, pero no cedió ni un centímetro.
Volví a emitir un quejido de dolor y eso pareció hacer reaccionar al taur, quien aflojó solo un poco su agarre y me volteó a ver.
—Esto no lo tenías ayer.
Sentí mi cara calentarse, pero respondí la pregunta no hecha.
—Fue un accidente. —Fue todo lo que dije, intentando zafarme de nuevo su agarre sin éxito. Antes de entender que estaba sucediendo, me quitó mi improvisada venda y la estiró hacia su cara. La olfateó un segundo y de la nada me lamió la palma. Fue una sensación... Demasiado extraña. Dolor, placer, cosquilleos y alivio. Lo desconocido de ello me asustó e intenté soltarme con más fuerzas. —¡Suéltame, qué haces...!
Pero en vez de hacerlo, me jaló con fuerza y me arrastró a través de la bodega. Al final, me lanzó contra la pila de heno en el fondo y caí sobre ella con el corazón queriendo salir de mi pecho.
—¿Qué te ocurre...? —Intenté quejarme, pero al voltear el cuerpo a verlo, algo en su rostro había cambiado.
Parecía furioso. Toda su presencia parecía oprimirme y por primera vez sentí miedo de él. No sé qué había hecho, pero yo estaba en el error. Al menos hasta ahí el instinto me gritaba eso.
—Tú no deberías existir. —Sus palabras hirieron mi corazón. Me sentí pequeña e insignificante. La única persona que no me había juzgado o intentado controlarme y usarme parecía odiarme. ¿Que había hecho mal? —¿Por qué tú? ¿Por qué aquí? ¿¡Quién eres!? Todos ustedes deberían estar muertos, ¿Cómo es posible?
Entonces entendí que no se refería exactamente a mí... Algo más estaba ahí que no sabía. Hablaba de algo más grande que yo, pero no por tener esa idea, sabía a qué se refería.
—¿De que hablas...?
—¿Ahora finjes no saber nada? Tú fuiste la que se acercó a mí, la que me buscaba. Jugaste muy bien el papel de ignorante e inocente, pero es suficiente. —Dio un paso atrás, señalando a la puerta. —Lárgate. No necesito nada de ti. Nunca lo hice.
Mi corazón se aceleró, pero por la perspectiva de irme. No quería hacerlo. No cuando parecía que estaba descubriendo cosas nuevas, ni cuando parecía que quizás podría haber algo más entre nosotros...
—¿Qué? P-pero no sé de qué estás hablando. ¿Por qué me echas? —No me di cuenta de las lágrimas que se escapaban de mis ojos. No entendía nada y eso era frustrante. Parecía que me odiaba sin razón alguna y por lo menos quería una explicación de ello. —¿Qué hice?
—¡Largo! —Su grito fue similar al del día anterior, pero noté que no fue igual de intenso. Creo que una parte de él... No quería eso. ¿Estaría imaginando cosas?
—¡No! ¡Vine por respuestas, no me iré sin una! ¡No sé de qué estás hablando, no puedes echarme solo por no saber!
Apretó la mandíbula. Parecía estar peleando internamente con algo, viéndome con ojos entrecerrados. ¿Estaría dudando de verdad? ¿Me creería? Luego cerró ojos ojos, tapándose la nariz y la boca con una mano, como si no soportara algún olor.
—Dioses... ¿Qué edad tienes? —La pregunta fue inesperada. No entendía qué estaba diciendo y de repente.
—¿Qué tiene eso que ver...?
Entonces algo más inesperado sucedió. Un fuerte zumbido atacó mi cabeza y quise gritar, pero fue imposible. Sentí que toda mi consciencia dió un vuelco. Antes de percibir lo que estaba sucediendo, la oscuridad me invadió y realmente no supe qué sucedió después.