El Hermano Mayor Li ya estaba hirviendo de ira por dentro.
Al ver que su esposa seguía armando un escándalo, perdió los estribos y le soltó el brazo.
Ella cayó de bruces al suelo.
La Cuñada Li se quedó atónita, y luego estalló en fuertes sollozos.
Su llanto casi derriba las vigas del techo.
—¡Es indignante! Mi cuñada viene a casa de sus padres a arrebatar cosas, ¿qué pecado he cometido yo... —dijo ella.
Se sentó en el suelo, llorando a voz en cuello, con Li Xiuli ignorándola completamente.
Ella llamó a Lin Qingshan, y madre e hijo abandonaron la casa de los Li.
Al no ver a nadie alrededor, el llanto de la Cuñada Li se detuvo abruptamente.
Su expresión era rígida, como la de un payaso saltarín.
El Hermano Mayor Li apretó los puños, su rostro era un cuadro de irritación.
—¿No vas a levantarte ya? A tu edad, ¿no te da vergüenza estar tirada en el suelo? —preguntó él.
La Cuñada Li se levantó del suelo con una cara avergonzada.
