Tan pronto como la puerta rechinó y se cerró con un clic, Zoren respiró hondo y apretó las caderas de Penny. Cerró los ojos, mordiéndole los labios con más fuerza de lo que pretendía debido al entusiasmo. Cada fibra de su cuerpo se sentía electrificada con centellas febriles mientras los engranajes primitivos y oxidados en su cabeza empezaban a convertirlo en una bestia hambrienta, lista para devorar el trozo de carne que había aterrizado en su regazo.
Sin embargo, él podría ser una bestia, pero Penny definitivamente no era solo un trozo de carne para devorar. Con gran renuencia, se apartó, usando cada bit de su energía.
Apoyando su frente contra la de ella, ambos sin aliento. Los restos de alcohol persistían en sus papilas gustativas, haciéndolo sentir ligeramente intoxicado.
—Penny —dijo entre dientes apretados, su voz teñida de restricción—. ¿Bebiste?