Mientras tanto, dentro de la mansión, Zoren estaba sentado en un sillón mientras sus hombres arrojaban a Nathaniel frente a él. Entrecerró los ojos, tratando de hacer una evaluación adecuada del hombre que tenía delante. Sin embargo, su visión borrosa le dificultaba la tarea.
«Se ve más desaliñado de lo que imaginaba», pensó Zoren mientras un olor penetrante asaltaba sus fosas nasales. Sabía que provenía de Nathaniel. El solo olor era suficiente para que Zoren quisiera quedarse en su habitación solo para limpiarse con el aroma de Penny.
—Señor —un hombre bien arreglado se acercó a Zoren desde el lado, inclinando la cabeza respetuosamente—. Es agradable verlo de nuevo, señor.
Zoren miró al hombre.
—Mark.
Cuando Mark levantó la cabeza de nuevo, se hizo visible una profunda cicatriz en su mejilla. Su expresión permaneció seria, sus ojos agudos. De un vistazo, cualquiera podría decir que era un hombre capaz, inteligente y con quien no se debería meter.