Lo que Penny no se dio cuenta al principio era que no importaba cuánto tiempo una bestia comiera hierbas, una vez que probaba la carne, siempre preferiría la carne. Dejarle probar lo que no conocía era como darle una droga a un hombre sobrio. Le gustó, y ahora quería más.
Estaba enganchado, destinado a obsesionarse con el subidón que le proporcionaba.
Ampliaba los pensamientos que corrían por su mente toda la mañana mientras la observaba trabajar en la cocina.
La deseaba.
La deseaba toda; no solo sus nombres juntos en un papel, sino sus besos, abrazos, gemidos, cuerpo, corazón e incluso su alma. Lo quería todo. Dios, esto le estaba volviendo loco.
Con solo un beso, era como veneno, extrayendo todos los deseos más profundos, oscuros y honestos que un hombre podría tener. Apenas podía contenerse de arrancarle la ropa en el camino.