Zoren Pierson podría ser un hombre enfermizo que todos conocían o del que habían oído hablar. A pesar de eso, las mujeres de la alta sociedad siempre aceptaban tener una cita con él. Pero en este momento, Patricia no podía evitar verlo como algo más que un hombre enfermizo.
Zoren era un caballero.
Era amable.
No solo en la forma en que hablaba, que era agradable al oído, sino que había algo regio en cada pequeño movimiento que hacía. Incluso sus parpadeos parecían exudar nobleza; el ligero rizo de sus labios era atractivo, y la forma en que la miraba la hacía sentir especial.
Era halagador, suficiente para hacer que el corazón de una mujer se hinchara de aprecio.
Eso era lo que Patricia sentía desde el momento en que se encontraron sus miradas esta noche hasta ahora, mientras caminaban por los senderos de este vasto paisaje. Mirando su mano sobre su brazo, frunció los labios avergonzada.