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A diferencia del Hogar Cortez, cuando Nina llegó a casa, la atmósfera de la casa era silenciosa. Podía ver a Jessa en la cocina con los gemelos ayudándola. Pero los tres no estaban hablando.
—¡Tch! —Nina chasqueó la lengua y corrió escaleras arriba.
Cuando llegó a su desaliñada habitación, lanzó su bolsa y saltó a la cama. Nina abrazó la manta y enterró su rostro en el colchón.
El silencio en la casa era ensordecedor. Era más fuerte que los gritos y regaños de Jessa y solo hacía que Nina se sintiera aún más culpable. Amplificaba lo que había pasado en la escuela y cómo toda la escuela hablaba de lo que había hecho y de su verdadera ascendencia.
—¡Era una pesadilla!
—¡La odio! ¡La odio! ¡Los odio a todos! —expresó enfurecida, luchando con su almohada para desahogar su ira.