Los campos, llenos de esperanza, bullían con el duro trabajo de todos.
A medida que el sol se inclinaba hacia el oeste, nadie sentía cansancio, y la risa y la charla persistían.
Algunos cortaban los tallos de arroz; otros estaban trillando; algunos llevaban el grano a la carretera principal para ser transportado de vuelta a los terrenos de secado del pueblo; otros ataban la paja de los tallos trillados para facilitar su secado, un método que consistía simplemente en restringir el área justo debajo de las cabezas de arroz.
Una vez atados y abiertos con un giro de la muñeca, estos haces atados se erguían como elegantes doncellas jóvenes en los campos cosechados, disfrutando del sol.
Aparte de facilitar el secado, estas ordenadas ataduras facilitaban el transporte de vuelta al pueblo y luego apilarlas en montones cilíndricos, convenientes para llevar gradualmente a casa como leña.