Después de dar sus órdenes, Gorrión cruzó los brazos y se apoyó en el lateral del camión. Su mirada se detuvo en Rosa a lo lejos, y suspiró profundamente, lamentando la pérdida de una soldado tan hábil tan pronto después de dejar la ciudad.
—¡Capitán Gorrión! —gritó en pánico uno de los hombres agachados junto a Rosa, captando instantáneamente la atención de Gorrión. Una ola de terror lo invadió, y al dar un paso pesado hacia adelante, parecía como si el plomo pesara en sus extremidades.
Incluso desde la distancia, Gorrión podía ver el cuerpo de Rosa convulsionando violentamente en el suelo. Su equipo, aterrorizado, gritaba y luchaba por sujetarla. Sabían lo que vendría después. Dos de ellos presionaban desesperadamente su estómago y pies para evitar que se zarandeara sobre el duro suelo y potencialmente se lastimara o golpeara la cabeza contra algo afilado.
Todos los espectadores sólo podían sollozar.
—Estos hombres adultos lloran como niños.