Cuando no escuchó ningún movimiento en el interior, dudó por un momento pero decidió pecar de cauteloso. Con un movimiento rápido, conjuró una hoja de viento en su mano izquierda, cuyo filo afilado brillaba levemente en la tenue luz. Empujó la puerta abierta, preparándose para cualquier ataque sorpresa. Pero para su alivio —¡voilá!— la habitación estaba vacía. No había zombis a la vista.
Sin embargo, Gorrión no era de los que se arriesgaban. Escaneó meticulosamente la habitación, revisando cuidadosamente cada rincón, grieta y sombra. Su corazón se aceleraba al recordar encuentros pasados con zombis evolucionados —criaturas mucho más peligrosas y astutas que sus contrapartes menores. Tenían la habilidad de esconderse en los lugares más inesperados, esperando el momento perfecto para atacar.