Ella miró del doctor a Caishen y frunció el ceño. ¿Quién era el paciente aquí? ¿No se suponía que el doctor debía escuchar al paciente?
—Doctor, estoy bien. Puede irse. —repitió ella.
—Pero estás dolorida. —Caishen soltó en desacuerdo. Movió su silla de ruedas más cerca del borde de la cama y sus ojos siguieron hasta donde estaba su estómago, bajo el grueso edredón blanco—. Deja que el doctor revise y recete algo.
—Cariño, ¿estaría sonriendo si estuviera dolorida? —preguntó ella.
—Sí. —respondió él de inmediato.
Ella odiaba el piano y lo tocaba con una sonrisa en su rostro, por supuesto, ella era el tipo de persona que sonreía a través del dolor.
Pero, límites y respeto, pensó él. No insistiría si ella no quería ser examinada. Así que, miró a la doctora y asintió —Puede irse. Aún se le pagará por su tiempo, gracias por venir.